Gonjiam: hospital maldito

Crítica de Carlos Schilling - La Voz del Interior

Todas las películas de terror incluyen de manera explícita o implícita una teoría sobre el mal. ¿Qué es? ¿De dónde viene? ¿Cómo actúa? En Gonjiam: hospital maldito, el mal es una energía.

Vale decir que se adscribe a una tradición decimonónica de las llamadas ciencias ocultas que supone que existen otras fuerzas en la naturaleza además de las reconocidas por la física, aunque en el fondo el modelo sea el electromagnetismo de James Maxwell, conceptualizado en el siglo 19.

Precisamente como se trata de una forma de energía, la actividad paranormal es susceptible de ser captada por instrumentos tecnológicos más sensibles que los sentidos humanos: sensores, cámaras, micrófonos, etcétera.

Con ese postulado como base, la película de Beom-sik Jeong desarrolla una trama que se ha vuelto un tópico del género al menos desde El proyecto de la bruja Blair: un grupo de jóvenes que pretende documentar en video lo que sucede en un lugar supuestamente embrujado.
En este caso, como el título lo indica, es un hospital psquiátrico clausurado en 1979 después de que murieran todos sus pacientes y se suicidara su directora. El edificio es una leyenda que ya se cobró la vida de más de un estúpido que se ha pasado de valiente.

Ahora unos jóvenes que producen un programa de terror por internet han lanzado el desafío de explorar a fondo el manicomio abandonado y de transmitirlo en vivo y en directo. Son siete: cuatro chicos y tres chicas.

Todo lo que ocurre es visto a través de sus aparatos ópticos: cámaras de teléfonos inteligentes, primero, y después, cuando ya se instalan en el lugar maldito, a través de una parafernalia que incluyen cámaras GoPro, un dron y otros artefactos.

Eso provoca cierto nerviosismo visual y frecuentes saltos entre tomas subjetivas, primeros planos (contrasubjetivos habría que llamarlos) de las caras de los protagonistas, y cambios de enfoque que les otorgan un ritmo de respiración alterada a las imágenes, con momentos de alivio y momentos de ahogo, muy bien combinados.

La sutilísima banda sonora, que en vez de manipular las emociones del espectador tiende a generar una textura más densa del silencio, es otra de las cualidades de esta película que no innova en nada pero que sabe utilizar con precisión todos los recursos del género.