Godzilla

Crítica de Ezequiel Boetti - Otros Cines

Es un monstruo grande y pisa fuerte...

El director británico Gareth Edwards había prometido una versión “más real” de la historia de Godzilla, pero lo cierto es que Hollywood repite la operatoria de 47 Ronin, apropiándose de la versión original para deformarla a voluntad. Se entiende, entonces, el descontento generalizado de los japoneses para con esta nueva aproximación a una de sus criaturas favoritas. Pero además, Godzilla tiene la enorme desgracia de estrenarse casi un año después de una de las mejores película de monstruos de los últimos años, Titanes del Pacífico. Desgracia porque los puntos de contactos entre ambas invitan a una comparación tan odiosa y pertinente como inevitable, ubicando a este film varios escalones por debajo del de Guillermo del Toro.

Godzilla comienza con unas imágenes de archivo de 1954 que exhiben las pruebas nucleares realizadas en el Índico, para luego trasladarse hasta fines del siglo pasado, cuando un físico norteamericano (Bryan “Walter White” Cranston) está al mando de una planta nuclear en la que un supuesto accidente genera la muerte de su esposa (Juliette Binoche, en poco más que un cameo). Ya en la actualidad, el hijo de la pareja (Aaron Taylor-Johnson) es un militar norteamericano. Además de, claro está, un padre devoto, un tipo más bondadoso que Lassie y con una de esas vocaciones de servicio inquebrantables que tanto le gustan a Hollywood.

Por si fuera poco, debe hacerse cargo de un padre que, aún hoy, sigue pensando que aquel accidente no fue tal, certeza que lo lleva a meterse en más de un problema. El único que lo mirará con un poco de atención es un colega japonés (Ken Watanabe, el único oriental al que parecen reconocer los norteamericanos) que entrevé lo que vendrá. Y lo que vendrá es la aparición de dos monstruos reanimados por la energía nuclear y la de su predador natural, el Godzilla del título. A partir de ese momento, el film desplazará su faceta más reflexiva acerca de los peligros nucleares para oscilar entre los intentos fallidos por detener a los monstruos, el planteamiento de distintas hipótesis sobre su desarrollo y la destrucción generada por ellos, todo hasta llegar al enfrentamiento final entre ambos.

Analizada desde su propuesta indudablemente masiva, Godzilla es una película rendidora, con mucha espectacularidad, algunas buenas ideas audiovisuales (ver el manejo del espacio y el sonido en la escena del paracaídas) y un desarrollo narrativo que nunca decae a lo largo de dos horas. El problema está en la imposibilidad de generar una mínima emocionalidad en lo que se ve en pantalla. A diferencia de Titanes del Pacífico, donde sí había una preocupación germinal por sus personajes que culminaba en un final tan apoteósico como sinceramente emotivo, además de un espíritu inmensamente lúdico, aquí nunca se atisba un interés por la suerte de los distintos protagonistas, quienes en la mayor parte de los casos están ahí para cumplir a rajatabla con los mandamientos del cine mainstream y contextualizar los hechos antes que para encarnarse como criaturas autonómicas.

Así, Godzilla está más cerca de la destrucción masiva y distanciada de Transformers que del humanismo del film de Guillermo del Toro. No está mal, pero de ahí a una versión “más real” todavía falta un largo trecho. El último plano, el mejor de la película, abre las puertas a una secuela. El gigantón verde tendrá su revancha.