Godzilla

Crítica de Diego Curubeto - Ámbito Financiero

Admirable tributo al Godzilla original

Esta nueva producción hollywoodense rinde tributo al legendario monstruo japonés con el respeto y la seriedad del caso, a diferencia del film de 1998 de Roland Emmerich que prácticamente ofendió a los fans, sobre todo a los japoneses. Pero incluso a lo largo de las seis décadas de películas de Godzilla este film celebra el 60° aniversario del monstruo- con el paso del tiempo el tono sombrío de los primeros films de Inoshiro Honda fue suplantado por un estilo infantil que tenía poco que ver con el original.

El director inglés Gareth Edwards evidentemente no sólo es un fan sino también un estudioso de Godzilla, por lo que elaboró una película que muestra al monstruo como una fuerza de la naturaleza terrible pero finalmente benigna, el único ser capaz de enfrentarse a otros dos gigantes mutantes que destruyen todo a su paso, incluyendo Tokio, Honolulu, Las Vegas y San Francisco, en escenas que muchas veces quitan el aliento por las dimensiones apocalípticas con las que están enfocadas. Sin duda ésta es la menos infantil de las variaciones sobre Godzilla, y hay momentos culminantes que resultan realmente perturbadores para espectadores de cualquier edad, lo que tal vez sea la principal cualidad de la película.

La historia tiene un prólogo en 1999 con una dramática crisis en una central atómica en Japón. Un científico estadounidense observa que algo poco común y muy peligroso está ocurriendo, pero no logra alertar a las autoridades a tiempo y sucede un desastre. El científico queda obsesionado con el caso donde, además, murió su esposa delante suyo, y quince años más tarde sigue tratando de descubrir cuál fue el extraño fenómeno que las autoridades, según él, ocultan de manera conspirativa. El hijo del científico, experto en desarmar bombas del ejército, debe volar a Tokio cuando su padre se infiltra en la zona de cuarentena de aquella vieja catástrofe asegurando que sus lecturas se parecen mucho a las de aquella vez. Y ahí es donde empiezan los verdaderos desastres, que por distintos motivos y casualidades, el joven militar (Aaron Taylor-Johnson) va acompañando desde Japón hasta San Francisco.

El director cuida mucho a su monstruo, tanto que Godzilla demora muchísimo en aparecer, y cada vez que lo hace, el espectador se queda con ganas de más. Sin embargo, hay monstruosidades de sobra, ya que hay no uno, sino dos monstruos gigantes realmente espantosos e impersonales, mezcla de insectos voladores y del viejo enemigo de Godzilla, Rodan, que son los responsables de las peores catástrofes que describe el film en su viaje a un apareamiento realmente bizarro (probablemente lo más original de la película) que tiene lugar en el barrio chino de San Francisco.

A pesar de que hay muy buenos actores, incluyendo a Ken Watanabe y Juliette Binoche, la película se queda un poco corta en sus aspectos humanos, aunque cuando los protagonistas interactúan con la lucha entre monstruos las cosas funcionan realmente bien. Los efectos especiales son técnicamente formidables, además de sumamente creativos, pero lo que hace la diferencia es el modo en el que el director se las arregla para encontrar siempre un encuadre más ominoso para retratar a sus espantosas criaturas.

Por último, el que se luce es el músico Alexander Desplat, con una partitura que combina sonidos de las distintas culturas y lugares relacionados con la historia, con climax de una experimentación increíble, más propia de la música de vanguardia que lo que se acostumbra a escuchar en un cine.