Glass

Crítica de Paula Vazquez Prieto - La Nación

Glass completa la trilogía que M. Night Shyamalan gestó hace casi veinte años como la consagración de su carrera. Una pena que el resultado no esté a la altura de semejante ambición. Lo que sucede es que todo lo que en El protegido -puntapié de ese proyecto y hoy película de culto entre los fans del director- parecía contarse como un secreto entre entendidos, en Glass se subraya como sus más evidentes vueltas de tuerca. Incluso el hecho de que haya abandonado ese aire ligero de película de horror que exudaba Fragmentado -la segunda entrega- termina asfixiándola en un discurso con aires de inteligente revelación. Porque todo lo que era efectivo y poco pretencioso en el debut de James McAvoy como el recipiente de las múltiples personalidades ahora se convierte (aun su irritante actuación) en una versión intensa y con mensaje de aquel juego de sustos.

Hitchcock decía que el villano es siempre la medida del éxito de una película, pero Shyamalan reduce Glass a un sonámbulo sin carnadura, prisionero de gélidos planos frontales, y convierte a la Bestia en una especie de Hulk de psicodrama, seguro de que es ese el camino que lo lleva a conjurar su propia convención de superhéroes. Y es allí, sin embargo, donde no solo el héroe (un Bruce Willis bastante desganado) se desdibuja, sino que todos los invitados sufren esa misma falta de atención de quien cree que lo importante no está en las acciones, sino en las grises palabras que se reserva para la última declaración.