Glass

Crítica de Leandro Arteaga - Rosario 12

Las historietas en el banquillo

A la vez que revisita a su película de culto "El protegido", el director de "Sexto sentido" prefiere hablar sobre la importancia de la historieta antes que priorizar la semántica misma de la acción.

El protegido (Unbreakable, 2000) tuvo el tino de situarse de manera prologal en la génesis del cine de superhéroes. Sin ser una apelación directa a los cómics, aquel film adentraba al espectador en esa lógica, con un Bruce Willis que progresivamente se descubría poderoso. Es más, tiene la virtud de ser la película siguiente al éxito de Sexto sentido, de modo tal que hubo un público cautivo, que se zambulló sin previsión en una propuesta que hoy es elección mimada por los tanques de Hollywood. Evidentemente, el film de M. Night Shyamalan abrió de manera definitiva el camino al superhéroe cinematográfico. Hasta Grant Morrison, gurú del cómic superheroico, la situó como una de sus películas de referencia.

Entre films lamentables y alguno más o menos potable -excepción hecha con la notable Los huéspedes-, la filmografía de Shyamalan ofreció en Fragmentado (Split, 2016) a un insoportable James McAvoy, escindido en 23 personalidades diferentes: una de ellas, la definitiva y líder, la Bestia. Con cierto tono atento al terror y el horror, Fragmentado cumple como película de género, de misterio a develar, y coda final: la aparición disimulada de Bruce Willis -el superhéroe melancólico de El protegido- develaba otro propósito. Nada mal.

Las intenciones del director son nobles, pero se vuelven casi ridículas desde la exposición del otro trío protagonista.
Así las cosas, a Glass le toca enhebrar las pistas sueltas y construir un relato que articule al héroe de los músculos (Bruce Willis) y el villano del intelecto (Samuel L. Jackson) con el "fragmentado" (James McAvoy); en otras palabras: El Centinela, Glass y La Horda. Oculto en su comercio de sistemas electrónicos de vigilancia, el héroe del piloto (El Centinela) acude con la ayuda de su hijo a socorrer a quienes le necesiten. Entre ellos, la necesidad de dar con el paradero de un psicótico (La Horda) que rapta niñas y, de acuerdo con el film anterior, se las come. Pero, ¿dónde está Glass, el villano de los huesos quebradizos?

Cuando los tres personajes se encuentren, lo harán encerrados en un manicomio especial, que rememora desde planos generales la mansión Xavier de los X-Men. Allí, la doctora Staple (Sarah Paulson) dedica su tiempo a investigar determinados casos especiales: pacientes convencidos de ser superhéroes (sic). Staple les interpela y les explica, desde la lógica, lo que parece extraordinario. A la vez, se pone en duda lo que el espectador mismo ha visto en las películas previas.

La situación guarda un eco evidente, que refiere a la caza de brujas a la que el medio sobrevivió durante los años '50, cuando el psiquiatra Fredric Wertham, a través de su libro La seducción de los inocentes, provocara una furibunda ola de repulsión hacia las revistas de historietas. Según el psiquiatra alemán, los cómics constituían modelos negativos para los más jóvenes, al incentivar cuestiones tales como el crimen y la homosexualidad.

Las historietas, literalmente, pasaron a estar en el banquillo de los acusados, con el Congreso de los Estados Unidos querellando a la industria. Muchas revistas cerraron (como la popular Tales from the Crypt), y con ellas los abordajes complejos, serios, ahora edulcorados con el éxito de Archie y la conformación del Comics Code Authority. Los superhéroes sufrieron una de las peores embestidas, que Glass recrea aquí de manera sintética, minimalista.

Además, la secuencia en cuestión podría tranquilamente referirse como la recreación del ataque adulto al niño y la "basura" que lee: en este sentido, no es casual que una de las encarnaciones de McAvoy sea la de un chico de 9 años. De mismo modo, la película circula entre tiendas de cómics para escuchar los diálogos que allí suceden. Les da entidad y los sitúa dentro del imaginario propuesto para su historia. Como si entre estos lectores circulara un saber que deba vigilarse, por ser capaz de poner en peligro todo lo demás.

Sin embargo, el verosímil que el film propone se vuelve tan límite que amenaza con descarrilar la propuesta, que en nada se resentiría si toda esta verba explicativa fuera omitida. Ahora bien, esto es algo inevitable en Shyamalan, hay momentos donde funciona mejor y otros que resultan indefendibles, como la lógica oculta en las cajas de cereales (sí, en las cajas de cereales) de La dama en el agua. Lamentablemente, algo de eso hay también en Glass, cuando se consultan revistas de cómics al azar, a la espera de encontrar el cuadrito que explique lo que no hace falta. Lo peor de ello es que, efectivamente, ese cuadrito aparece.

Hay que forzar mucho la paciencia para dar crédito semejante. Mejor los buenos ejemplos: En la boca del miedo, de John Carpenter, ofrecía a un Sam Neil alucinado entre libros de un pseudo Stephen King. También Logan, con la caracterización última y mejor de Hugh Jackman como Wolverine. Allí, la línea que separa película de cómic (y actor de personaje) es fina, maleable; cuando el propio Logan se lea a sí mismo en una revista -a las que desdeña como tonterías-, ocurre uno de los momentos mayores, que hacen de esta película una propuesta consciente de sí misma. Pero lo hace sin ampulosidad, desde la apelación a la acción. Logan, de hecho, es una película de acción: un western (y no sólo por citar Shane). Glass, en tanto, se detiene en la explicación aparentemente sesuda, que dilata la espera del enfrentamiento. Como si no terminara de saber cómo encontrar el tono justo para amalgamar las diferencias entre Unbreakable y Split.

El twist argumental habitual de su director, hace que Glass se reserve una nueva explicación sobre lo ya explicado. Vaya y pase. Lo peor, de todas maneras, está en la resolución final. Hay que decir que las intenciones son nobles -vale pensar en cómo inicia el film y con cuál secuencia termina, porque existe una mímesis entre las "pantallitas" utilizadas, a la par de una mirada cáustica sobre la violencia de las imágenes-, pero se vuelven casi ridículas desde la exposición, en ese sentarse a esperar, tomados de la mano, del otro trío protagonista.