Ginger & Rosa

Crítica de Romina Gretter - El rincón del cinéfilo

Apocalipsis emocional

Dos amigas adolescentes, de esas inseparables y de relación simbiótica. Ginger con una familia en apariencia bien constituida y Rosa abandonada por su padre a los pocos años de edad. Todo marcha bien entre ellas hasta que los inevitables cimbronazos de la adolescencia -y porque no del destino- terminan haciendo mella en su entrañable amistad.

Contexto.

La historia se desarrolla en Londres en los años ´60. La amenaza de una posible guerra nuclear se torna cada vez más patente y las protagonistas (sobre todo Ginger) se ven comprometidas con la causa pacifista. El temor de que todo pueda terminar en unos segundos atraviesa el film. Y el paralelismo entre conflictos bélicos y conflictos personales, que al principio apenas se sugiere, va tomando hacia el final dimensiones insospechadas.

El amor de un hombre es lo que terminará separando a las chicas. Y no el de cualquier hombre, sino el de Roland, el padre de Ginger. Casi sin solución de continuidad Roland pasará de ser un intelectual bohemio y lleno de ideales, a un hombre inmaduro, irresponsable y de notable mezquindad.

Apariencia.

No todo es lo que parece. “Ginger & Rosa” no es una película más sobre dos amigas adolescentes. De hecho, es más bien la historia de Ginger y de su paso de niña a mujer a través de pérdidas y dolorosas decepciones.

Pero estas circunstancias no convierten a Ginger en una víctima, muy por el contrario, la transforman en la promesa de una joven luchadora e independiente. Es ella y no Rosa la que se alejará del modelo de vida doméstica y conformista representado por sus madres.

Sally Potter

La directora inglesa Sally Potter, quien saltara a la fama con la película “Orlando” (1992) es una de las realizadoras más virtuosas en lo que a manejo del lenguaje cinematográfico se refiere. Es dueña de una sutileza única para dotar a sus películas de un alto y personalísimo componente estético, sin perder por ello, la frescura y la capacidad de emocionar.

En “Ginger & Rosa” echa mano a esa virtud y logra transmitir la vorágine emocional a la que es sometida la protagonista (si te había gustado en “Somewhere” (2010) de Sofía Cóppola, puedo asegurarte que aquí Elle Fanning la descose), subrayando el impacto que el contexto social y los avances tecnológicos -misiles soviéticos en Cuba, bomba de hidrógeno, etc.- tienen en su vida y en las del resto de los personajes.

Drama.

La historia de “Ginger & Rosa” fluye sin sobresaltos narrativos. A medida que nos adentramos más en el conflicto, aunque entendamos la densidad de los hechos, nada nos mueve a pensar que habrá una irrupción desmedida de los sentimientos.

Por ello, en el desenlace, cuando en una misma habitación confluyen todos los personajes principales y salen a la luz los secretos guardados entre Ginger, Rosa y Roland, algo parece quebrarse. Y no me refiero a la relación de las partes en conflicto, sino a ese acuerdo tácito que nosotros habíamos creado con la directora. Es decir, esa secuencia pone en jaque el fluir natural y nada contaminado de golpes bajos, excesos o lugares comunes que el film expresó desde un comienzo.

Pero por extraño que sea, ese desenlace también es el que posibilita la mejor actuación de Elle Fanning - al menos hasta la fecha- esa, cuando le falta el aire y las palabras no dichas duelen más que las que finalmente pronuncia.

Hacia el final, la poesía aparece para Ginger no sólo como refugio –como en el resto de la película- sino como lugar de redención y de perdón. Ello, sumado al final abierto, no hace más que confirmarnos ya no la promesa de una joven resuelta e independiente, sino el nacimiento de una nueva Ginger.