Ginger & Rosa

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Entre el amor y el temor a la bomba

Coreógrafa, compositora, directora y guionista, Sally Potter es una de las figuras más notables de la escena performática londinense. Hermana de Nic Potter, bajista y miembro fundador de Van Der Graaf Generator, Sally se inició en el colectivo de cineastas experimentales LFMC, en 1969, y pronto combinó sus experiencias con la danza en la London School of Contemporary Dance; colaboró y militó en agrupaciones feministas y grabó con destacados improvisadores como Fred Frith y Lindsay Cooper hasta alcanzar la fama internacional con la dirección de Orlando, en 1992. Las curiosidades de su CV incluso tienen color local: en 1997 dirigió La lección de tango, protagonizada por el bailarín argentino Pablo Verón.
Ginger & Rosa, su séptimo largometraje, indaga en fuertes intereses personales, como todas sus películas, pero es la de mayor tinte autobiográfico. Ambientada en 1962, durante la crisis de misiles en Cuba, Ginger y Rosa son amigas íntimas, gemelos espirituales que comparten el devenir desde la sala donde nacieron hasta el deslumbramiento edípico por Roland, padre de Ginger y objeto de deseo para Rosa. Un desertor de la Segunda Guerra, Roland las apoya cuando deciden alistarse en la CND (Comisión para el desarme nuclear, organismo presidido por Bertrand Russell y clave en la contracultura británica); así empiezan con manifestaciones por la paz hasta descubrir impensadas y por momentos incómodas libertades. Con la sombra de la bomba en cada fotograma, Ginger es el verdadero sujeto de esta Inglaterra que puede desaparecer. Potter filma como una Loach existencialista, sin juzgar los límites entre el inconformismo y el vale todo. Ginger & Rosa es una gran adición al de por sí impecable catálogo del British Film Institute.