Gilda

Crítica de Walter Pulero - Cinergia

"Hubo siempre una energía presente de Gilda" nos contaba Natalia Oreiro por el fin del rodaje de Gilda, no me arrepiento de este amor. Y eso se siente a las claras en el film.
La película comienza por la muerte de la popular artista en y en su secuencia inicial podemos ver el cajón desde el interior del coche fúnebre, junto a una multitud de fanáticos siguiendo su recorrido bajo la lluvia. Un inicio cinematográfico y emocionante. Luego de eso continuaremos viendo la incomodidad de Miriam (el verdadero nombre de Gilda) con su vida como maestra jardinera, su sueño de volver a la música, los embates con su marido que no ve con buena cara los cambios en ella.
No vamos a encontrar en Gilda suspenso o datos que no sean previsibles. Estamos frente a una biopic clásica. Pero no es un dato que arroje puntos negativos: lo interesante del film es que desde el inicio nos encontramos con una historia teñida de melancolía que en todo momento resalta la emoción y sensibilidad, y el guion (junto a Tamara Viñez) y la dirección de Lorena Muñoz nos llevará de ese llanto a esas ganas de levantarnos de la butaca y ponernos a bailar. Pasamos de esa vida gris de la protagonista (el ambiente de la cumbia que la rechaza junto a la oposición de su propia familia) a los sueños que de a poco va cumpliendo a fuerza de voluntad. Todo visualmente montado de forma que no hay golpes bajos y se mantiene el ritmo. Las escenas transcurren con naturalidad. Incluso las canciones, las cuales fueron incluidas a lo largo de la película de forma que ellas también nos relatan ese cuento. No están porque sí o de forma que tienen que encajar sin motivo. Y también se suman buenos momentos de humor, que harán sacarnos algunas sonrisas (párrafo aparte si descubren a Ricardo Mollo pelilargo en una de las escenas).
Natalia Oreiro muestra en pantalla su innegable carisma desde el minuto uno que aparece. Gilda era distinta a todas y Oreiro también lo es. Se fusiona con la mística del personaje de forma que por momentos resulta difícil separarlas. Y Javier Drolas como Toti Giménez, ese músico que la convoca a Gilda luego de un casting y se transforma en su socio, también lleva adelante un trabajo por más destacable. Ángela Torres como Gilda más pequeña tiene mucho menor participación, pero en una de sus escenas finales construye una escena admirable en la cual seguro sentirán compasión con ella.
Gilda posiblemente peca de no meterse de lleno en los conflictos familiares y místicos. Pero es entendible desde el punto de todo el trabajo y años que demandó lograr llevar la historia al cine, sobre todo por la negativa de su hijo, quien supervisó el tratamiento que se le daría a la vida de su madre en la pantalla grande, y sus músicos, quienes los que sobrevivieron al accidente se encuentran protagonizando a ellos mismos. Pero la película tiene potencia, estilo y precisión. Desde la música, el vestuario, peinado, ambientación de la época y escenarios. Confluyen esa mezcla de ficción y documental (esto último sobre todo por el ojo afilado de su directora) que hacen un film entretenido, más allá del gusto o no por el género musical de Gilda. Las biopic en nuestro país era una materia pendiente.

Gilda, no me arrepiento de este amor, es nobleza y corazón puestos a disposición de un personaje popular que rompió con todos los esquemas. Uno de esos seres que surgen cada tanto y que te enseñan a no bajar los brazos y seguir los sueños. “Hoy tengo mucha paz porque siento que se le puso todo, no solo yo sino el equipo entero, hicimos una película llena de amor”, nos contaba Natalia Oreiro al finalizar el rodaje. Y ese amor podemos verlo definitivamente en la pantalla.