Gilda

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

Uno de los proyectos más anunciados y más postergados de la historia del cine argentino. Hacía años que la actriz Natalia Oreiro tenía el deseo de ser ella, la reina de la bailanta, la abanderada.
Por una cosa o por otra, problema de derechos, guiones rechazados, nuevos proyectos que se superponían; el deseo de Natalia ya parecía inalcanzable. Pero como una sutil metáfora, tras mucho pelearla y aferrarse a ese sueño, llegó el día. Los planetas se alinearon para que el estreno llegue en la forma y momento justo.
Gilda: No me arrepiento de este amor, pertenece a un género difícil, el biopic, el retrato de una vida real; más una biopic sobre un ídolo popular que trascendió su arte. No hay muchos antecedentes satisfactorios de estos, menos en nuestro cine. La sola propuesta ya despertaba ciertos temores.
Temores descartados, no solo se estrena en un momento justo por la fecha conmemorativa de los veinte años del fallecimiento de la cantante; sino en el momento ideal para conseguir los nombres y los elementos justos para lograr el mejor de los resultados.
Para quienes no sepan de qué hablamos (¿Habrá alguien?), se sigue la vida de Myriam Alejandra Bianchi, o mejor dicho de Gilda; porque el foco principal estará puesto en esa difícil transición entre la mujer cotidiana y la ídola eterna.
Por supuesto, Natalia es Myriam, o como le gusta que la llamen, Gil, una maestra jardinera de Devoto, casada, con dos hijos, y algo frustrada.
Su sueño es seguir ese lazo que la unía con su padre Omar (Daniel Melingo), la música. Ella quiere ser cantante, y a escondidas responde a un clasificado para el casting de la voz líder de un grupo tropical.
En esa audición, no solo comenzará el giro hacia su vocación, conocerá a Toti Giménez (Javier Drolas), con quien terminará formando más que una sociedad.
Este es el camino de un anonimato al estrellato, con todas las complicaciones, y ese destino trunco tan pronto que se respira en el aire.
Por supuesto, el mayor acierto de esta película está en su protagonista, Natalia Oreiro siente al personaje en cada gramo de su cuerpo e impostura. Lo compone segura de que será el rol de su vida; y más allá de que la actriz de Miss Tacuarembó ha oscilado entre roles más livianos y otros más comprometidos y muy logrados (recuerden a esa madre de Infancia Clandestina); en Gilda logra una simbiosis absoluta. No hace falta que se le parezca físicamente (que sí se le parece), tampoco en el timbre de voz (hay mucha semejanza), la interpretación pasa por una cuestión de ser, de saber comprender a esa persona detrás del personaje.
Hay otro acierto, otro nombre, a la altura del logro de la actriz, Lorena Muños, su directora y co-guionista junto a Tamara Viñez. Proviniendo del mundo documental, Muñoz hace el aporte necesario para que esta propuesta se destaque.
Quienes hayan visto Yo n sé que me han hecho tus ojos y Los Próximos Pasados, sabrán de la capacidad de la directora para focalizar en lo fundamental y armar un relato perfecto a través de hechos reales. En Gilda, aun ficcionalizando, se repite ese esquema.
Si bien el guion recae en varios clichés de las biopics populares, y del drama en general, no hace un nunca abuso de lo melodramático. Myrian/Gil/Gilda sufre por ese marido (Lautaro Delgado) que no la comprende, que la cela, y del que cada vez se distancia más a la par que se acerca su socio. También sufre por esa madre (Susana Pampin) que tampoco la apoya y cela la relación que tuvo con su padre ya fallecido.
Pero Muñoz prefiere no centrarse en eso, exponerlo, pero no ir por a senda de la heroína de telenovela que se disputa entre dos amores. Prefiere hablar de una mujer que persigue un sueño, que se mete inocentemente en un ambiente turbio y le gana a todos los prejuicios; que cada vez que se acerca más a su objetivo de cantar siente que resigna tiempo con sus hijos, que Gilda le va ganando lugar a Myriam.
Con un tono destellante, la fotografía también cuenta una historia que parece de ensueño, como si no todo se contase en palabras, como si la contundencia de los planos y las imágenes alcanzara para dejar claro lo que se quiere decir sin necesidad de recalcarlo.
Gilda, es una película que maneja sutilezas, que elige las canciones en el momento justo, y que funciona a modo de homenaje e historia de vida más allá de las sensaciones que el personaje real le puede despertar a cada uno.
En esas sutilezas se encuentra también la dirección actoral y el conjunto actoral. No es fácil destacarse en un secundario dentro de una película con un personaje descollante y tan central. Aquí todos los secundarios encuentran su propio momento de brillo, cada uno nos hace creer su personaje; con especial atención a Drolas, Delgado, Roly Serrano y Daniel Valenuela (los representantes de la “mafia musical”), y una Ángela Torres que quizás necesitó de mayor espacio dentro de la historia, pero que cada vez que aparece se hace notar a pura garra.
No importa si uno tiene simpatía o no por la cantante; Gilda, no me arrepiento de este amor se disfruta de todas maneras por toda la potencia que expone. Potencia que se desborda en los últimos tramos de un metraje algo excesivo.
Elevándose por sobre la media de los films con los que se puede comparar; Oreiro, Muñoz y equipo logran una película que como la música de Gilda apunta a lo más popular del sector; y como aquella, ofrece algo distinto y superior.