Gigante

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

El punto ciego

Punto ciego es aquel en el que una cámara no repara o no alcanza dada su acotada trayectoria; es ese lugar donde puede pasar todo y nada al mismo tiempo sin que nadie se entere. Y en consonancia con esta idea podríamos pensar que un amor no correspondido o no enunciado –que es casi lo mismo- es como un punto ciego: abierto a que todo pueda suceder o nada termine por ocurrir, sin perderse por ello la incerteza de la búsqueda o el vértigo de observar al otro, seguirlo a una distancia prudencial y no ser atrapado in fraganti en plena contemplación.

A grandes rasgos, así se determinan las coordenadas por las que pasa el relato propuesto por el debutante Adrian Biniez, Gigante, que llega con bastante retraso a las salas porteñas y que ha cosechado numerosos premios en su trayectoria festivalera por Berlín o San Sebastián por citar sólo algunos, incluido su estreno en Buenos Aires en el marco de la apertura del Bafici 2009.

Como las historias de amor asordinadas, los protagonistas son seres solitarios y sensibles que comparten más cosas en común de las que se imaginan pero que por el miedo al rechazo o al compromiso no se atreven a romper la inercia, que se traduce en una distancia corta aunque imperceptible. Esa distancia es la que resguarda a Jara (Horacio Camandule), seguridad nocturna de un supermercado que espía desde el control a Julia (Leonor Svarcas), también empleada pero en el personal de limpieza. De inmediato, el corpulento Jara siente curiosidad por conocer los hábitos y gustos de la misteriosa joven a quien comienza a seguir todos los días tras la salida del trabajo procurando que ella no advierta su presencia.

Así de pequeños detalles, silencios, miradas y los necesarios diálogos de rigor -sin abuso de palabras como ocurriera en Whisky- la ópera prima de Biniez transita por los caminos de la soledad sin volverse obvia; no estigmatiza el lado de perdedor de su protagonista rodeándolo de situaciones cotidianas en las que no queda en ridículo, sino que se ajustan perfectamente con su temperamento y personalidad.

El trabajo sobre Julia es mucho más sutil porque el director mantiene una interesante distancia entre los personajes en pos de un descubrimiento progresivo que va llegando a partir del punto de vista de Jara, que por fortuna carece de aspectos fantasiosos o alucinatorios como suele ocurrir en muchas propuestas de características parecidas para impregnarle torpemente algo de color o luminosidad a una realidad bastante monótona y gris como la de estas almas de supermercado.

Gigante hace gala del minimalismo cinematográfico pero su apuesta trasciende la idea de lo anecdótico para volverse prácticamente existencial sin una bajada discursiva detrás y con un fuerte vínculo y respeto por sus personajes de carne y hueso, absolutamente identificables para cualquier espectador.