Gigante

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

La mirada discreta sobre la soledad

Gigante es una pequeña historia de amor entre un guardia de seguridad de un supermercado y una chica de limpieza, a la que él observa a través de las cámaras de vigilancia.
Con sólo dos personajes que se conocen, un hombre gigante y una mujer pequeña, y el marco del monstruoso negocio casi vacío, Adrián Biniez describe una historia de voyeurs, narrada en sus ínfimos detalles, sin caer en psicologismos baratos y explicaciones redundantes. Mientras que la primera parte describe al gigante Jara, su fanatismo por el heavy metal y la adolescente relación que tiene con su sobrino, el resto de la película, concreta y concisa en sus intenciones, articula un discurso que tiene relación con la historia de amor, primero en pequeñas pantallas y a la distancia, y luego a través de persecuciones de él a ella recorriendo la ciudad. Biniez se atreve al humor (excelentes resultados tienen las escenas de la agresión a un taxista y el no casual encuentro de Jara con otro pretendiente en un bar), donde el director se atreve a mostrar –sin necesidad de enfatizar el conflicto– algunas vidas solitarias en un paisaje tan particular como es Montevideo. En ese afán de no trascendencia están las virtudes de Gigante y también su limitada poética, aferrada a la solidez del guión, la prolijidad de sus encuadres y sus justificados silencios. Como sintetiza el plano final en la playa, donde el gigante desocupado dejará por un rato su adolescencia tardía por esa mujer, hasta el momento, poco más que una imagen borrosa visualizada por una cámara de seguridad.