Gigante

Crítica de Aldo Montaño - ¡Esto es un bingo!

A big, big love

Un tipo entra a una sala de cine y se sienta, pero no mira la película. Tiene el pelo corto, usa bigotes, remera de Biohazard, pero por sobre todo es grande, grandote. El rostro de Jara, el héroe que protagoniza Gigante, está iluminado por la proyección de cine pero sus ojos van hacia otro lado porque él está mirando a Julia, se hace la película con ella.

Gigante es una historia de amor que nos muestra, paso a paso, cada vez más cerca, el acercamiento progresivo de Jara hacia Julia. Los dos trabajan en un hipermercado: él monitoreando las cámaras y ella como personal de limpieza. Las de Jara mirando por una pantallita son escenas en las que nosotros también observamos, como en cuadros dentro de cuadros, mediante una subjetiva-vouyeur. El trabajo de Jara no es precisamente divertido, lo vemos haciendo un esfuerzo terrible por gastar el tiempo, haciendo morisquetas, resolviendo palabras cruzadas, lo que sea. Pero cuando aparece Julia él se convierte en un fisgón que se vuelve director de cámara de su mirada y también de la nuestra: mete zoom cerrando el plano, la espía por los pasillos, la sigue. Este seguimiento en ningún momento nos resulta inquietante ni nos hace temer por Julia porque Gigante nos deja en claro desde el principio que Jara es bueno. Lo sabemos porque cuando le toca laburar como patovica no golpea a nadie, sino que separa y le pregunta a uno de los chicos si está bien, dándole palmaditas. En otra escena termina comprando una revista de tejidos por haberse escondido en un kiosko para que Julia no lo vea. Jara es un buen pibe, no hay dudas.

En Gigante, la primera película de Adrián Biniez, abundan los planos fijos armados sobre marcadas líneas (las de los techos de las casas, las de las góndolas), y en esa confección hace acordar a Los paranoicos, otra opera prima. Pienso en Los paranoicos también por la fuerza de los colores y porque se trata de historias de tipos que persiguen una obsesión y que estallan: Hendler bailando o tirándole vinos al chino, Jara rompiendo todo en el supermercado. La furia es otro aspecto que aparece en Gigante. Jara es tranquilo, muy tranquilo, es uno de esos tipos que si se enojan te pueden lastimar, y por eso sólo se descarga contra los malos (y si no vean cómo le fue al taxista que se atrevió a gritarle algo a Julia).

En la escena en que Jara entra al cine buscando a Julia podemos ver los afiches de dos falsas películas en cartel: Salto al amor y Mutante. Jara se juega por la primera y falla, y es recién en la proyección de Mutante donde encuentra a Julia. Durante toda la película, la información que tiene Jara (y nosotros) sobre Julia es prácticamente nula, no sabemos nada de ella, la seguimos, la espiamos trabajando, haciendo karate, pero nada más. Jara no le habla, ni tampoco escuchamos hablar a Julia, que en toda la película apenas dice una sola palabra. Sólo alcanzamos a deducir algún dato por pistas sueltas que, a medida que avanza Gigante, nos dan el indicio de que los gustos de ambos coinciden.

Gigante es una historia sencilla. Si Jara se enamora de Julia es porque ella logró hacerlo sonreír en medio de una de sus jornadas de letargo delante del monitor, logró robarle una sonrisa a ese rostro serio y adusto. El personaje interpretado por Horacio Camandule es un caso, pero lo que define a este grandote no está en su gran tamaño, sino que lo podemos encontrar en su mirada que, detrás de un gesto en principio hosco, refugia las marcas de una cálida inocencia. Jara es como un chico, hay mucho de infantil en su timidez, en la forma en la que (no) demuestra lo que siente por Julia, en cómo la sigue a escondidas y le deja un regalito. Por eso, Jara es un personaje que transmite una ternura gigante, la de un nene de cien kilos.