Ghostbusters: el legado

Crítica de Santiago García - Leer Cine

Después de ser desalojados de su hogar, una madre soltera y sus dos hijos se ven obligados a mudarse a una granja en ruinas en Summerville, Oklahoma, que les dejó el difunto abuelo de los niños. Pronto los niños descubrirán que son los nietos de Dr. Egon Spengler, uno de los Cazafantasmas que fueron famosos en la década de los ochenta y hoy han sido olvidados. Los motivos por los cuales Egon dejó todo atrás y se aisló del mundo, pronto serán descubiertos por sus familiares.

La película tiene una escena inicial que es una copia fiel del cine de la década de los ochenta. Una mezcla entre Spielberg y los directores que produjo él en aquellos años. Algo de Zemeckis, algo de Donner, un poco de Dante. Los encuadres, la luz, la música, los personajes, todo es de ese universo. La fórmula que han usado muchos en los últimos años, empezando por la serie Stranger Things. Lo curioso es que Los cazafantasmas (1984) no forma parte de ese mundo. La película dirigida por Ivan Reitman era una comedia irreverente, en la vereda de enfrente de los directores mencionados.

Por ese motivo la película arranca muy bien y luego se empantana. El personaje del maestro que interpreta Paul Rudd es horrible y eso también destroza la lógica de la historia. Hay humor como alivio, pero no es una comedia. Hacer una película de Los cazafantasmas que no sea comedia es una falta de respeto, una traición inútil. Al final, la película trae a los actores originales para que hagan su show, pero están completamente fuera de lugar y sus chistes causan gracia cero. Para peor, se mezclan esos chistes con un cierre emotivo, un verdadero mamarracho indigno. La canción original produce una sonrisa, pero definitivamente nos recuerda que esto que acabamos de ver es otra cosa. Una cosa sin rumbo.