Ghostbusters: el legado

Crítica de Maximiliano Curcio - Revista Cultural Siete Artes

Repleta de referencias a la franquicia de “Los Cazafantasmas”, emblema de culto del cine mainstream norteamericano de los años ’80. Retoma el film el legado de un universo audiovisual, en manos de Jason Reitman (“Juno”, “Amor en las Alturas”), hijo de Ivan, director que se colocara detrás de cámaras para las primeras dos incursiones en la gran pantalla, en 1984 y 1989, respectivamente. En el pasado reciente en boga gracias al capítulo que le dedicara la docuserie de Netflix “Las Películas que nos Formaron” (2020), conformando un canon que excede al despropósito sacrílego del film estrenado en 2016. Conformándose como un explícito homenaje al fallecido guionista Harold Ramis, eleva a la enésima potencia el factor nostalgia como un acto de amor hacia el artesanal cine que abría las puertas a la era posmoderna ochentosa (“Gremlins”, “Cuenta Conmigo”, “E.T.”), al tiempo que no escatima de frescura para consumar el último artefacto revival de un Hollywood que bien sabe como recurrir a la memoria emotiva de antañas glorias del celuloide.

Prefiriendo el entorno rural al ámbito urbano que escenificara al film original, amplifica narrativamente la película original, en equilibradas dosis de acción, misterio sobrenatural y comedia que mixturan este reboot encubierto en forma de secuela. Un cast diverso (Finn Wolfhard, Carrie Coon, Mckenna Grace, Sigourney Weaver, Paul Rudd, Celeste O’Connor, Logan Kim, Annie Potts, Bill Murray, Dan Aykroyd,) da vida a una plétora de personajes, incluyendo antológicos cameos. Ingenio emotivo mediante, la música incidental recupera el espíritu de la banda sonora de Elmer Bernstein, conformando un viaje en el tiempo que se apoya en un uso de colores saturados a tono con la propuesta estética, rindiendo homenaje al elemento tradicional que recrea la atmósfera preponderante en la versión original. Sintonía total para fans incondicionales que percibirán el estreno como un noble, genuino y sincero regalo navideño. Corazón y melancolía sin malas intenciones, se conforman como valores insustituibles de una película con cuerpo y alma, capaz de abrazar su pasado y construir un arco transformador que llega a darle propia entidad.