Ghostbusters: el legado

Crítica de María Paula Rios - Admit One

Nostalgia y ectoplasma.

Si, ya podés sacar a relucir tu remera, porque la franquicia ochentosa de nuestros amigos cazadores de espectros revive de forma plena en esta especie de secuela sentimental dirigida por el hijo del quía, Jason Reitman. Le rinde homenaje y pleitesía a su padre Iván, rejuveneciendo la saga con nombres como Finn Wolfhard y la extraordinaria Mckenna Grace; si perder de vista esos elementos del pasado que le dieron y le dan identidad a este mundo de aventuras fantasmal.

La trama sigue a Callie (Carrie Coon), que se traslada con sus dos hijos, Trevor y Phoebe, a la antigua casa de su difunto padre en un pequeño pueblo de Oklahoma. Cargada de deudas, y algo resentida, decide mudarse a la destartalada granja, hasta que la pueda vender. Resulta ser que su padre, además de ser el freak del lugar, era nada menos que Egon Spengler, miembro de los cazafantasmas originales. Un científico destacado, y algo loco, que abandonó a su familia para refugiarse allí.

Claro que en el transcurso de la película nos enteraremos de los motivos, y sin dudas tanto la esencia como los secretos de la familia residen ahí, en el medio del campo. Lo cual no solo llenará de nostalgia al fandom, y sumará nuevos adeptos, sino que a nivel narrativo veremos como la pequeña Phoebe encuentra su lugar en el mundo, y Trevor un grupo de pertenencia encabezado por la guapa mesera de una hamburguesería.

El lugar los recibe muy bien, excepto por una especie de cueva repleta de fantasmas apocalípticos, y hasta la propia Callie conocerá a Mr. Grooberson (Paul Rudd). El maestro del lugar, que instruye a sus alumnos con películas como la Cujo, basada en la novela de Stephen King. Sin provocar miedo, el relacionado al género del horror; aquí los fantasmas se constituyen a través de la aventura. La historia es una gran aventura familiar, podríamos decir, pero los niños y los adolescentes son los verdaderos protagonistas.

La nueva generación apoyada por la mística fundante este mundo maravilloso. No faltan ni la mochila de protones, el medidor de ectoplasma, el hombre de malvavisco, ni el popular Ecto 1, que estaba olvidado en las sombras de un granero. Los nietos de Egon resignifican la historia y los objetos, ofreciendo a su vez un viaje melancólico, alegre y honesto. ¡Aviso! Hay dos escenas post-créditos.