Gett: El divorcio de Viviane Amsalem

Crítica de María Laura Paz - El Espectador Avezado

Qué poderoso que es el cine como vehículo de denuncia o simplemente, como una ventana a otras miradas, a otras culturas, a otras maneras de vivir. Tal es el caso de este proceso judicial en el que Viviane pide desesperádamente ante un tribunal rabínico que su esposo Elisha le conceda el divorcio y la repudie para que ella pueda ser libre.
El proceso es interminable, cada paso hacia la libertad es cada vez más pesado. Lo es para todas las mujeres que desfilan en este camino pues, como pasa en muchas partes del mundo, la justicia es para el género masculino mientras que del otro lado hay todo un discurso que la acusa.
Todo obedece a una ley rígida basada en la religión y que el tribunal cumple en la medida en que no perjudique ni se saltee una coma. Viviane no es es escuchada pero tampoco decae, su abogado es un hombre paciente. Tiene la contra de que no es practicante a rajatablas de la ley y eso le juega puntos en contra a su defendida. Del otro lado, Elisha tiene muchos aliados, que sólo reafirman su testaruda posición, -ninguno de los dos lados es permeable a los ataques del otro-, es una "Guerra de los Roses" sin sonrisas, sin ganadores pero con mucha pérdida. Los meses van pasando y veremos la transformación de esta mujer, que es peluquera, que dio a luz a cuatro hijos pero que hace como 10 años que dejó de amar al único hombre en su vida.
Un elenco en el que reconoceremos a ese pintoresco pescador de "Cuando Vuelen Los Cerdos", Sasson Gabai, como el hermano y defensor del persistente Elisha, que a su vez es interpretado por Simon Abkharian (Persépolis, Casino Royale) y la expresiva Ronnie Elkabetz, que es codirectora y escritoria junto a Shlomi, su hermano.
Han cosechado valiosos y merecidos premios, entre ellos, una nominación a Mejor Película Extranjera en los Golden Globes o el galardón "Otra Mirada" en el Festival de San Sebastián, entre otros.
Es un filme dramático, intenso, despojado de artilugios escénicos para descubrir toda la pasión, los sentimientos y el lenguaje gestual en planos muy cerrados a los protagonistas. Sin planos y contraplanos artificiales y con un ejercicio argumental que permite sentarse e involucrarse en esta historia que se mete en lo cultural, en lo sociológico, en un drama que lleva siglos sin resolverse.
Los últimos pasos antes de los créditos finales dirán mucho más que las palabras.