Gett: El divorcio de Viviane Amsalem

Crítica de Laura Osti - El Litoral

De eso no se habla

Fue un matrimonio arreglado. Ella tenía 15 años. Desde la boda, han pasado 30 años. Han tenido cuatro hijos. Pero la relación de pareja no funcionó. Ahora, hace tres años que Viviane, la mujer, se fue a vivir con unos parientes.

Ella ha iniciado los trámites para obtener el divorcio. Esto ocurre en Israel, en estos tiempos. En ese país, no existe el matrimonio civil, por lo que el divorcio debe tramitarse ante un tribunal rabínico y es tradición que la última palabra la tenga el marido.

“Gett. El divorcio de Viviane Amsalem” es la última cinta de una trilogía realizada por los hermanos Ronit y Shlomi Elkabetz, que -según consta en las crónicas, porque las dos primeras no se consiguen ni en Internet- tienen a Viviane (interpretada por la misma Ronit) como protagonista.

Elisha, su marido, es un hombre poco comunicativo, pero está empecinado en no otorgarle el divorcio a su esposa y quiere que regrese a la casa a convivir con él. Viviane tiene un perfil componedor, dialoguista, intenta buscar una salida elegante para una situación que se ha vuelto insostenible. Tiene su propio trabajo, es peluquera, y cumple con sus deberes de madre. Es, a todas luces, una buena mujer, pero siente que su matrimonio no funciona y quiere su libertad.

La película de los hermanos Elkabetz transcurre todo el tiempo en la rústica y despojada sala del tribunal. Y con subtítulos se va anunciando el tiempo transcurrido desde el inicio del trámite hasta la audiencia que se va a mostrar a continuación. Así, una sucesión interminable de encuentros conflictivos o directamente frustrados, con su marido ante el tribunal, se extiende por un lapso de cinco años.

El relato está tratado de manera teatral, poniendo el acento en los aspectos éticos y morales en los que se pretende ubicar el nudo del conflicto.

La característica más relevante de la situación es la rigidez. Las costumbres sociales son muy esquemáticas y moldean la mente de los personajes, al punto de llevarlos más allá de los límites del absurdo.

Lo que se trata de mostrar es la asfixia mental en la que tienen que vivir, si no quieren sumar más frustraciones, ya que, salvo el abogado de Viviane, ninguno de los otros personajes masculinos e incluso tampoco los otros personajes femeninos, aprueban la decisión de Viviane.

Ella quiere terminar con esa situación anormal, lucha por su libertad y lo quiere hacer de manera razonable y civilizada. Sin embargo, la conducta rebelde y caprichosa del marido, encerrado en su mutismo y en su negativa, lleva las cosas a una encerrona capaz de exasperar incluso a los mismos jueces, que ya no saben qué hacer con el caso, ni cómo sacárselo de encima.

El clima de crispación va in crescendo, a medida que pasa el tiempo y se suceden audiencias frustrantes. Y es así como no solamente Viviane y su abogado juntan nervios, sino que los ánimos alterados van afectando progresivamente a Elisha, su representante y los testigos. De esa manera, el espectador puede tomar el pulso a las costumbres atávicas que caracterizan a una sociedad y que moldean el espíritu de las personas, donde la hipocresía y el hábito de encubrir cualquier disfuncionalidad los va volviendo cada vez más retorcidos.

Al final, después de un largo proceso de desgaste, las partes arriban a un acuerdo, que no es el ideal, ni el que satisface plenamente a Viviane, pero ella también va a tener que ceder si quiere cambiar en algo su situación.

“Gett. El divorcio de Viviane Amsalem” es un relato corrosivo, que apela a un humor ácido y por momentos, sarcástico, para mostrar uno de los aspectos más retrógrados de la sociedad israelí, tan moderna en otras cuestiones.