Gemelo siniestro

Crítica de Guillermo Courau - La Nación

El primer tercio de Gemelo siniestro ofrece un punto de partida más que prometedor. Un matrimonio feliz, un accidente de auto y el horror de ver morir en él a uno de sus hijos gemelos. Buscando la manera de recuperarse de la tragedia, Rachel (Teresa Palmer), Anthony (Steven Cree) y el pequeño Elliot (Tristán Ruggeri) se mudan a una casa en medio de la nada en Finlandia, para alejarse del dolor y empezar una nueva vida.

Pero a poco de llegar, Elliot comienza a hablarle a su madre de su hermano muerto, como si todavía estuviera con él: “Nathan quiere volver”, le repite. Sueños extraños, la aparición de una mujer misteriosa y la sospecha de una situación sobrenatural que podría involucrar al resto de los habitantes del pueblo, así como también al mismísimo Anthony, llevan a Rachel a un estado de desesperación por mantener la cordura.

Conforme avanza la trama, el director y guionista Taneli Mustonen abre más y más puertas, los caminos a seguir se ramifican de tal manera que llega un momento en el que el guion se vuelve tan laberíntico como la casa innecesariamente grande a la que se muda la familia. Que un fantasma, que una secta, que una conspiración demoníaca, las hipótesis se entrecruzan ante los ojos de la protagonista, que termina tan confundida como el espectador. O quizá menos, porque el ojo atento y cinéfilo encontrará en los primeros minutos algunas claves que serán decisivas en el desenlace.

En sus múltiples caminos hacia la pendiente final, Gemelo siniestro recuerda a muchas otras: de Midsommar a El bebé de Rosemary rozando, por qué no, Sexto sentido. Por nombrar solo algunas.

Sin embargo, lo virtuoso que podría suponer una mezcla de clásicos se ahoga en su propio mar de acumulación. La fotografía es excelente, la puesta en escena y los escenarios naturales también; el problema es el guion, que avanza lenta y pesadamente, rutinario y sin destellos. Lo peor que le puede pasar a una película de terror cuya estructura está construida en base a una vuelta de tuerca final, es que esta se adivine de entrada. Si sucede, el resto del tiempo será solo seguir adelante apáticamente para comprobar que uno tenía razón. Y el camino puede ser muy largo.