Gato negro

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

La mala sangre

Palito Ortega no fue el único tucumano que triunfó en los años sesenta. De los ingenios azucareros también llegó Tito Pereyra, alias Cabeza, que en Buenos Aires supo conquistar al sector librero, a las mujeres calientes y hasta realizó el primer vuelo transpolar de la Argentina para hacer negocios en China y Japón. Todo un logro, lástima que el personaje también se dedicó al contrabando, y lástima que el espectador no pueda seguir esta mini épica más que de modo fragmentario, como si estuviera viendo bocetos. El director Gastón Gallo filma de un modo atropellado: ahora Tito busca empleo; a los cinco minutos ya tiene una fábrica y en otros cinco es padre. Gato negro alude a la inclinación de Tito por los felinos, que utiliza como un talismán. Gallo usa este recurso en modo discontinuo, así como la figura de un padre muerto que revive y atisbos de realismo mágico; pareciera que desea hacer cosas a lo Favio sin parecer obvio, cuando Gato negro sería un gran éxito de haberse hecho al estilo Favio. Los recortes tampoco permiten el desarrollo de los personajes; Luciano Cáceres hace bien su protagónico, pero no logra que el mundo gravite sobre Tito, ese que un día era bolita en los ingenios y una hora más tarde se hizo rico.