Gato con botas: el último deseo

Crítica de Paula Vazquez Prieto - La Nación

Nacido de las entrañas de Shrek, una vez que aquella franquicia quedó concluida en 2010 con Shrek 4: Para siempre, su primer spin-off, bautizado Gato con botas (2011), eligió al personaje más astuto y seductor para continuar ese delirante universo salido de los cuentos de hadas tradicionales. Y como en toda relectura de las viejas tradiciones, la pizca de ingenio y autoconciencia se desplaza de los creadores a los mismos personajes. Por ello Gato con botas es fiel heredero de las aventuras del personaje literario, del glamour de los espadachines cinematográficos –sobre todo del exquisito Tyrone Power en La marca del Zorro (1940) de Rouben Mamoulian, con sus calzas apretadas y su sonrisa llena de dientes– y de la picardía de Antonio Banderas, quien le brinda su voz teñida de acento y aire español.

Luego de la presentación con ojitos acaramelados en Shrek 2 y de la pesquisa de los huevos de oro de una gansa en Gato con botas, esta nueva aventura lleva al gato forajido a replantear su vida –o sus vidas- y a luchar con la mismísima muerte. Es que tanta temeridad y displicencia hizo que las nueve vidas que ostentan todos los felinos se escurrieran de sus manos de la manera más banal y absurda, y llegada la última en el carretel es imprescindible encontrar la forma de recomenzar el conteo. Resucitado y provisto de su última oportunidad, Gato con botas deberá seguir un mapa que esconde el destino de una estrella fugaz y el cumplimiento de su anhelado deseo. El viaje hacia esas nuevas vidas recién comienza.

Codirigida por Joel Crawford y Januel Mercado –integrantes del equipo creativo de las Kung Fu Panda-, Gato con botas: El último deseo resulta mucho más ágil y divertida que la primera, más cercana al universo del cine de aventuras y destinada a un público infantil un poco más grande (de hecho hay un lobo cazarrecompensas que tiene varias apariciones terroríficas). El carisma de Gato se complementa con el de su inesperado ayudante, un perrito callejero, maltrecho y algo cargoso (con voz de Harvey Guillén), que se convierte en el Sancho Panza de ese alucinado Quijote. La peripecia se completa con el regreso de Kitty (con la voz de Verónica López Treviño reversionando a la original de Salma Hayek) como compañera de aventuras, y la carrera contra reloj junto a Ricitos de Oro y la familia de los Osos, también ansiosos de quedarse con el codiciado deseo.

Si bien el espíritu de la película se arraiga en los personajes de los cuentos de hadas y la estructura narrativa se remonta al cine “de capa y espada” –el llamado subgénero de los swashbucklers, cultivado por estrellas como Douglas Fairbanks o Errol Flynn-, es evidente la influencia del animé en las escenas de acción, algo que Dreamworks ya había ensayado en la saga Kung Fu Panda, y el despliegue de un humor que marida perfecto con la autoconciencia de su personaje, y la que añade el propio Banderas y su historial vestido de Zorro. En esa astuta unión está su verdadera magia.