G.I.Joe: el contraataque

Crítica de Felipe Quiroga - CiNerd

JUGANDO CON CHISPAS

Como un padre estricto, Paramount había decidido retener nuestros soldaditos de plástico durante casi un año: el estreno de G.I. JOE: EL CONTRATAQUE (G.I. JOE: RETALIATION, 2013) se había pospuesto durante ese tiempo y, viendo el mediocre resultado final, las únicas razones válidas que justifican la demora son las comerciales (qué ilusos los que pensamos que iban a usar ese tiempo para, no sé, pulir el guión). Según el estudio, la causa fue la necesidad de pasar a 3D la película en post-producción (es decir, que pueden cobrar una entrada más cara) y aunque la conversión es buena, el uso del formato no es algo para destacar. Hay quienes dicen que el retraso se debió a la necesidad de añadir más escenas del personaje de Channing Tatum, actor convertido hoy en una estrella: los pocos momentos que él comparte con el protagonista del film, Dwayne Johnson, se caracterizan por el uso del humor y el aprovechamiento de la buena química entre ambos. Claro que todo lo que brinda esta dupla se va a la papelera de reciclaje cuando los G.I. Joes son asesinados (aunque nunca se sabe que pasa con varios de los personajes de la primera parte, a los que ni siquiera se menciona) por orden del falso presidente yanqui, quien no es otro que el villano Zartan (Arnold Vosloo) disfrazado. Los únicos sobrevivientes son Roadblock (Johnson), Flint (D.J. Cotrona), Lady Jeye (Adrianne Palicki) y el ninja Snake Eyes (Ray Park). Ellos deberán idear una manera de contraatacar y detener a la mente maestra detrás de todo este quilombo: el Comandante Cobra.
G.I. JOE: EL CONTRATAQUE comienza -y termina- con escenas de tiroteos y explosiones bastante genéricas, que podrían ser parte de un film cualquiera y que no generan emociones de ningún tipo. Desde el inicio se nota que el estilo de la película apunta, en general, hacia un mayor realismo, a diferencia de la exageradísima primera parte. Y eso no es algo necesariamente bueno. De hecho, la primera secuencia verdaderamente atractiva (que es con la que debería haber iniciado el film) lo es por el alma cartoonera de lo que vemos en pantalla, con esas ideas locas, medio infantiles o absurdas, como de dibujo animado de sábado a la mañana o de nenes jugando con sus muñequitos: es aquella que se desarrolla en una curiosa prisión bajo tierra, en la que volvemos a ver a Storm Shadow (Byung-hun Lee) y conocemos a un nuevo villano: Firefly (Ray Stevenson), quien ataca el lugar con una serie de delirantes artefactos explosivos.
Una sensación similar, de espíritu lúdico y de inocente libertad, lo genera la escena en la que Snake Eyes lucha contra otros ninjas en unas montañas nevadas: se trata de un asombroso set-piece que vale la pena ver en pantalla grande. Es en estas dos secuencias, y sólo en estas dos, que el director Jon Chu y los guionistas Rhett Reese y Paul Wernick parecen estar jugando de verdad y no simulando que lo hacen. Pero son chispas que no llegan a encender el fuego. El resto del film es pose, impostura: plástico en movimiento pero sin vida.
Entre los graves problemas de G.I. JOE: EL CONTRATAQUE se encuentran el nulo desarrollo de los personajes (en todo el metraje no llegamos a saber absolutamente nada de Flint o Jinx, por poner como ejemplos los casos más extremos) y la manera forzada en la que se conectan las tramas secundarias a la principal: las aventuras de Snake Eyes parecen de otra película y su vinculación con la historia de Roadblock es poco orgánica. Por otra parte, el Comandante Cobra no logra ser el villano amenazante que el film necesita y ni siquiera tiene una participación acorde a su supuesta importancia. Es más, por el tiempo en pantalla, el verdadero antagonista del film termina siendo el presidente trucho. A todo eso hay que sumarle la burla que supone la brevísima intervención de Bruce Willis en el rol del general Joe Colton. El paso del Duro de Matar podría resumirse como una ráfaga de tiros y dos o tres chistes (malos). Nada más. Así, G.I. JOE: EL CONTRATAQUE atenta contra sí misma y no pasa de una sesión de juegos desalmada, de compromiso, que deja con ganas a todos los que les gusta jugar con fuego.