Fuerza antigangster

Crítica de Fernando López - La Nación

La fuerza que combate a la mafia

De Fuerza antigángster se oyó hablar bastante hace un tiempo, en especial a partir de la masacre registrada en un cine de Denver, Colorado, durante el estreno del último film de Batman. La película, inspirada en la feroz batalla llevada adelante por un cuerpo de elite parapolicial para expulsar de Los Angeles a la mafia conducida por el gangster judío Mickey Cohen en los años 40, incluía una escena similar que, obviamente, debió ser eliminada, y llevó a los productores a encarar un largo proceso de cortes y reediciones, que terminaron postergando su estreno hasta ahora. Pero ese accidentado montaje no sirve de pretexto para justificar las debilidades del film, tan notorias y tan abundantes como pocas veces se observan en una producción tan costosa y en la que intervienen tantos profesionales de bien ganado prestigio, desde el elenco hasta la dirección de fotografía o el diseño de producción. Y no es caprichoso que el comentario comience por los artistas involucrados en la ambientación pues si hay algo rescatable en esta suerte de desordenada colección de clichés con pretensiones de cine negro es precisamente la esmerada recreación del escenario donde transcurre gran parte de la acción, del submundo californiano a los sofisticados y/o lujosos interiores art-deco.

En el origen del film está la serie de artículos sobre la historia real del Gangster Squad que Paul Lieberman publicó en el Los Angeles Times y reunió en un volumen que fue best seller. Will Beal se ocupó de convertirlo en un guión sin demasiada fortuna a juzgar por los resultados. Dramáticamente plana, animada por personajes que raramente escapan al estereotipo y mucho más raramente resultan creíbles; por lo menos dudosa en cuanto a su rigor histórico, y más que discutible en su aparente aprobación de la brutalidad policial, la película se desentiende de la cohesión, duda entre imitar a Los intocables o a Los Angeles al desnudo (entre otros modelos de los cuales está muy lejos) y parece confiar excesivamente en el presunto atractivo de sus repetidas escenas de violencia con sobredosis de sangre, en las que tampoco sobra originalidad, y más de una vez se precipita en lo grotesco (véanse la escena inicial o la secuencia del ingreso en la casa de Mickey Cohen para plantar micrófonos).

Justo es señalar que no todo es culpa del libro y la dirección: también contribuyen los actores, del casi caricaturesco Sean Penn como el sádico capomafia, al hierático Josh Brolin, el ex supersoldado a quien ponen al frente del grupo porque es incorruptible. Puede perdonársele a Emma Stone que sólo se preocupe por mostrar lo bien que le sienta la moda de los cuarenta porque su personaje es francamente inexplicable; menos se entiende que Ryan Gosling prefiera asumir un aire casi adolescente y actual para componer a su veterano de guerra. Casi todo, al fin, resulta bastante inexplicable, incluidos su elevado presupuesto y la presencia de tantos actores cotizados.