Fuera de Satán

Crítica de Aníbal Perotti - Cinemarama

La condición humana

Bruno Dumont tiene un estilo propio, un camino personal con rasgos que prevalecen en toda su filmografía. Una de sus marcas autorales es, desde siempre, el vínculo con sus paisajes. Fuera de Satán presenta la côte d’Opale en un scope suntuoso para magnificar su belleza horizontal, con un cielo inmenso de amenazas acumuladas en colores metálicos, de tormentas latentes que nunca estallan. Es una película de sensaciones a partir de los paisajes, de las presencias físicas y de los ruidos. Una película sin música, con silencios inquietantes, expresiones depuradas y un sonido monoaural crudo y sucio que resuena luego del final. Fuera de Satán plantea un cruce entre el cuestionamiento formal y el discurso mítico fiel a la loca ambición de su singular director. En un pueblo perdido entre el campo y el mar del Norte, hay un rastro humano inmemorial que busca sus impresiones en la tierra, un misterio que sólo puede habitar en esos confines.

El personaje principal es un curandero insondable, ermitaño y vagabundo que, al igual que el cineasta, le dedica una adoración mística al ambiente, a la luz, a la silueta de los médanos y a los horizontes grises. La naturaleza no tiene moral. El protagonista le rinde un culto silencioso al sol y al viento. Un viento perpetuo, dantesco, omnipresente. Una naturaleza infinita. El hombre (así se lo llama en los créditos finales) ama intensamente a su única amiga, una chica triste, contenida e incompleta con la que forman una suerte de secta de dos que practica una castidad desconcertante a la luz de la violencia explícita, casi salvaje, de sus actos (otra característica del director). La simplicidad de la historia, el ascetismo estético y la conmovedora economía de la puesta en escena, hacen que Fuera de Satán sea la obra más directa, fluida y bella del cineasta. Dumont potencia los contrastes –entre el estruendo y el silencio, entre el primer plano y el plano general, entre la imagen y el fuera de campo– y genera una experiencia sensorial trascendente que nos deja con los ojos abiertos como el perro que recorre toda la película cambiando de amo.

Una versión de este texto fue publicada en Cinemarama el 15/04/2012