Free Guy: tomando el control

Crítica de Diego Lerer - Micropsia

Esta comedia de acción se centra en un «hombre» que se da cuenta que es un personaje secundario dentro de un violento videojuego creado por una corporación e intenta hacer algo para cambiar las cosas con la ayuda de una jugadora. Con Ryan Reynolds y Jodie Comer. Solo en cines.

Uno sabe que existe cierta ironía –por no decir, cinismo– cuando grandes estudios hacen películas en las que se defiende al «little guy» frente a las corporaciones. Y FREE GUY precisa que el espectador se olvide por dos horas de eso si pretende no mirar con cierta desconfianza o una risita lo que comenta, analiza y propone esta película acerca de un «hombre» que se da cuenta que no tiene porqué ser un observador pasivo de universos violentos y agresivos, y que tiene la posibilidad de enfrentar a los poderosos y de liberarse de ellos para tratar de crear un mundo mejor y más amable.

Hecha con todos los recursos que Disney posee –incluyendo algunas visitas de otros productos de la empresa–, FREE GUY: TOMANDO EL CONTROL podría ser la historia de dos jóvenes diseñadores de un videojuego que se esfuerzan por descubrir que sus ideas fueron usadas por una corporación para meterlas dentro de un juego de acción muy popular y masivo. ¿Cómo llegan a esa conclusión? Gracias a Ryan Reynolds. El actor de DEADPOOL encarna a un tal Guy, un tipo cuya rutina cotidiana consiste todos los días en hacer y decir las mismas cosas, además de ser testigo de los mismos acontecimientos alrededor suyo, incluyendo escenas violentas, robos a bancos y gente disparándose entre sí. El sigue su rutina como si estuviera programado por computadora.

Es que, bueno, lo está. Enseguida sabremos que el tal Guy es lo que se llama un NPC, un «non player character» (o Personaje No Jugador), esos personajes de videojuego que no son controlados por los jugadores sino que responden a algoritmos armados por sus creadores y que están programados para estar de fondo y hacer siempre lo mismo. Y el mundo en el que vive, que remeda a THE TRUMAN SHOW, es en realidad un híperviolento juego llamado «Free City» en el que los personajes (esto es, los avatares de los jugadores) portan unas gafas y uniformes muy cool, viven disparándose unos a otros y destruyendo todo lo que se les cruza alrededor.

Como pasaba en aquella película de Peter Weir protagonizada por Jim Carrey, Guy empieza a notar que hay algo raro –repetitivo, monótono– en su mundo mecánico y que algo falta. Su impresión se confirma cuando se topa con una tal Molotovgirl (Jodie Comer, la estrella de KILLING EVE) y se enamora al instante. Y luego, cuando le toque probarse esas benditas gafas, tendrá una revelación a lo THEY LIVE (se la conoció como SOBREVIVEN en América Latina), de John Carpenter, y verá las cosas un poco más parecidas a lo que son en la realidad. El misterio es: ¿cómo es que un NPC como Guy pudo llegar a esa revelación, a ese conocimiento de sí mismo? Y si se trata de algún tipo de inteligencia artificial que evoluciona, ¿qué es lo que puede hacer Guy para cambiar el «mundo» en el que vive?

La película transcurre en dos escenarios paralelos a la vez. En el mundo real, Molotovgirl es Millie, una programadora que trabaja en una corporación llamada Soonami, liderada por un tal Antwan, interpretado por un pasado de rosca Taika Waititi, que está preparando el lanzamiento de «Free City 2», que promete ser bigger & better. Ella y su amigo y colega Keys (Joe Keery, de STRANGER THINGS) tienen la sospecha que el tal Antwan ha robado cosas de otro proyecto personal suyo de características muy diferentes, y lo ha insertado en el juego. Y acaso Guy sea la clave para develar ese secreto corporativo. En el medio, claro, Millie empieza a tomarle cariño al NPC, por más raro que eso suene…

Lo que Shawn Levy crea aquí es, en tono de comedia, una de esas parábolas futuristas que mezclan tropos de clásicos como «Un mundo feliz» o «1984«, entre otros universos que imaginan mundos de aparentes posibilidades infinitas pero que son en realidad limitadas a unos pocos o distopías controladas por un organismo superior. En esta especie de saga de liberación, Guy y Millie no solo querrán descubrir si es cierto que le han robado algo a los programadores sino que pelearán por cambiar la lógica de ese mundo virtual, hacerlo más humano, democrático, participativo y menos violento.

Cualquier similitud con una reflexión sobre el cine –o los videojuegos o el mundo real– no es casualidad, ya que el proyecto de los jóvenes, de hecho, se parece más a una película que a otra cosa. Si uno exagera las conexiones con el Hollywood real, se dará cuenta que este fue un producto originado por 20th. Century Fox antes de ser adquirido por Disney y podrá leer su trama a partir también de esa conexión, ya que hoy el «incorporado» estudio Fox bien podría funcionar como ese little guy (relativo, pero en comparación lo es) en medio de una mega-corporación que lo hizo rendirse a sus pies.

Si no fuera por el ya citado cinismo de base de la propuesta (caray, esto es un producto de una de las corporaciones mediáticas más grandes del planeta, constante productora de secuelas y secuelas, y de películas más y más violentas), esta oda «progre-woke» a la liberación de las mentes, a la paz, el amor y la armonía entre sexos, géneros y razas en el mundo virtual –y también el real– sería casi un llamado a marchar contra esas mismas empresas y rechazar el constante flujo de secuelas, una más violenta y espectacular que la otra. Pero no creo que la gente salga a hacer eso. Es más probable que traten de comprar merchandising de la película.

De todos modos, FREE GUY funciona bien dentro de su propia lógica. Levy logra articular muy bien los cruces entre los dos mundos –son simpáticos los aportes de streamers y comentaristas de videojuegos, algunos de los cuales seguramente sean muy famosos–, la relación entre los protagonistas principales está bien establecida y Reynolds siempre le aporta ese personal estilo de humor que posee y que siempre incluye guiños al espectador que siempre parecen estar al borde de romper la llamada «cuarta pared». Y hasta la historia de amor entre un personaje del mundo real y otro del virtual es creíble.

Es que más allá de las dudosas relaciones con el mundo real, o de alguna lectura tontuela y falsamente «libertaria» que se pueda hacer de la historia, lo que el guión de Zak Penn (el guionista de READY PLAYER ONE) y Matt Lieberman propone –un llamado a la empatía, a la solidaridad, a la idea de que el «little guy» siempre tiene la posibilidad de ser un «free guy», y a una casi borgeana noción de la existencia– no es para nada desdeñable. Y si Disney lo dice, lo mejor será obedecer…