Freaky: este cuerpo está para matar

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

La fuerza no viene del tamaño

Blumhouse Productions, compañía fundada y controlada por Jason Blum y especializada sobre todo en cine de terror, ha venido generando proyectos para todos los gustos durante el nuevo milenio dentro de un espectro que va desde productos olvidables hasta un buen surtido de propuestas más o menos interesantes o realmente gloriosas que incluyen a Ma (2019), Stockholm (2018), Glass (2019), Cam (2018), Halloween (2018), Infiltrado del KKKlan (BlacKkKlansman, 2018), Upgrade (2018), Verdad o Reto (Truth or Dare, 2018), Feliz Día de tu Muerte (Happy Death Day, 2017), The Belko Experiment (2016), ¡Huye! (Get Out, 2017), Fragmentado (Split, 2016), In a Valley of Violence (2016), Hush (2016), Los Huéspedes (The Visit, 2015), El Regalo (The Gift, 2015), Creep (2014), Whiplash (2014), Mockingbird (2014), Oculus (2013), The Lords of Salem (2012), Sinister (2012), Insidious (2010) y Actividad Paranormal (Paranormal Activity, 2007). La fórmula de la productora es sencilla y consiste en mantenerse haciendo equilibrio en la delgada línea entre lo industrial y el cine de autor de horror de otros tiempos mucho más jugados que los presentes, por ello la factoría respeta a rajatabla fórmulas retóricas patentadas sin introducir grandes novedades y exuda una higiene formal que puede ofrecer sangre pero casi nunca desnudos, en general redondeando films muy prolijos que le escapan a la apariencia algo escuálida de la Clase B de hoy en día, por cierto no más valiente o iluminada que digamos.

Los últimos proyectos de Blumhouse dan cuenta de la variedad de su catálogo ya que van desde productos bastante dignos para distribución digital vía Prime Video, como Nocturne (2020), de Zu Quirke, y The Lie (2018), de Veena Sud, pasan por la típica conjunción de humor y terror de la empresa, ahora de la mano de La Cacería (The Hunt, 2020), de Craig Zobel, y llegan a propuestas en verdad estupendas como El Hombre Invisible (The Invisible Man, 2020), de Leigh Whannell, esquema que a su vez pasa a confirmarse -en sus puntos a favor y en contra- en Freaky (2020), nueva colaboración del director Christopher Landon con Blum después de la atractiva Feliz Día de tu Muerte y su floja secuela Feliz Día de tu Muerte 2 (Happy Death Day 2U, 2019). Aquí Landon en esencia vuelve a confirmar que es un director muy desparejo capaz de redondear propuestas fallidas como Burning Palms (2010), Actividad Paranormal: Los Marcados (Paranormal Activity: The Marked Ones, 2014) y la citada continuación del 2019 o por el contrario, opus que se sostienen solitos aún en su falta de originalidad como Scouts Guide to the Zombie Apocalypse (2015), Feliz Día de tu Muerte y la película que nos ocupa, otro ejemplo de mixtura de carcajadas y sustos que toma un latiguillo de larga data, léase el intercambio de cuerpos, para adaptarlo a las expectativas del público contemporáneo en materia de dos de las principales vertientes del terror desde la década del 80 hasta la fecha, hablamos del slasher y el acervo sobrenatural.

El film combina una coyuntura de carnicería adolescente posmoderna autoconsciente a lo Scream (1996), Sé lo que Hicieron el Verano Pasado (I Know What You Did Last Summer, 1997) y Cherry Falls (2000) y la antiquísima fórmula del trastorno identitario fantástico/ body swap y sus mil variantes que remiten a un par de novelas clásicas de los anglosajones, Vice Versa (1882), de Thomas Anstey Guthrie alias F. Anstey, y Freaky Friday (1972), de Mary Rodgers, trabajos literarios que inspiraron obras familieras en línea con Un Viernes Alocado (Freaky Friday, 1976) y Quisiera ser Grande (Big, 1988), productos románticos como Hechizo de un Beso (Prelude to a Kiss, 1992) y 13 Going on 30 (2004), prototípicos exponentes de la comedia ochentosa a lo De tal Padre tal Hijo (Like Father Like Son, 1987), 18 Otra Vez (18 Again!, 1988) y Viceversa (1988), y hasta odiseas de acción símil Contracara (Face/ Off, 1997) y faenas de terror como la querida Shocker (1989). En esta oportunidad el intercambio se da entre un asesino en serie conocido como el Carnicero de Blissfield (Vince Vaughn) y una tierna adolescente rubia llamada Millie (Kathryn Newton), dos almas que cambian de envase corporal cuando el primero apuñala en el hombro a la segunda con una daga azteca con poderes sobrenaturales que le permiten al loco masacrar a todos los torturadores intra colegio de la chica sin ser descubierto por el agraciado look de la señorita, mientras que la verdadera Millie corre y corre por su vida para no ser apresada.

Muy en sintonía con gran parte del cine actual que arranca bien a lo bestia y luego baja las revoluciones, hoy tenemos un prólogo con cuatro geniales asesinatos (botella introducida en la garganta y destrozada, cabeza triturada sirviéndose de la tapa de un inodoro, raqueta de tenis clavada en otra mollera y finalmente hembra empalada contra una flecha en la pared) y un puñado de escenas que nos sitúan anímicamente en la vida de la protagonista (progenitor fallecido hace un año, madre alcohólica y vendedora en una tienda de saldos, hermana mayor policía, un amigo gay y una amiga afroamericana, una arpía que no deja de hacerle bullying y un profesor de manualidades -equivalente a los imbéciles de educación física- que la maltrata). El guión de Landon y Michael Kennedy curiosamente no vuelca todo el peso retórico hacia los chistes de desajuste contextual -a sabiendas de que resultan redundantes- y opta por un enfoque narrativo bastante serio y algo lejano con respecto a la fábula demencial/ cínica/ facilista que uno podría esperar de un producto mainstream que recupera un latiguillo argumental tan trabajado por las comedias de las últimas décadas, amén de esas ya aludidas desviaciones hacia otros géneros. En consonancia con lo anterior, el director privilegia la dialéctica de las superficies lustrosas que ocultan engaño y muerte, el complejo de inferioridad de los que padecen abusos de modo cotidiano y en especial las diferencias entre el cuerpo masculino y el femenino en lo que atañe a dimensión y fuerza.

Más allá del hecho de que nos topamos con las situaciones incómodas esperables, como la secuencia de la madre de ella, Coral (Katie Finneran), tratando de seducir sin saberlo a su hija en el cuerpo del psicópata o la escena del interés romántico de la joven, Booker (Uriah Shelton), dándole un beso a la muchacha aunque en la anatomía de Vince Vaughn, el film aclara con relativa sutileza que el brío vital no viene del tamaño del cuerpo sino de la disposición psicológica de cada uno, algo que se ratifica en la naturaleza mediante muchas especies de animales en las que las hembras dominan al macho por más que éste sea más corpulento, con el ejemplo de las aves vía el plumaje anodino de las señoritas -casi siempre de menor tamaño- y el sustrato llamativo de los colores y cánticos de los señores, todo orientado al cortejo y a lucirse ante la compañera en medio de la competencia masculina. Freaky no es ninguna maravilla pero hay que reconocer que es amena y consigue construir personajes de carne y hueso, no patéticas caricaturas para el lucimiento de una Kathryn Newton que se destacó en dos series recientes, The Society de Netflix y Big Little Lies de HBO, y que paradójicamente queda bastante opacada por un Vaughn que sigue renaciendo a nivel actoral y hace mejor de Millie que Newton. El gore cumple y lo sentimentaloide no molesta del todo aunque abundan los clichés y se extrañan las tetas y culos de antaño que casi siempre acompañaban al slasher, régimen castrado que priva al horror del erotismo…