Frankie

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Con películas como Forty Shades of Blue, Keep the Lights On, Love is Strange y Por siempre amigos, Ira Sachs se convirtió en uno de los directores más venerados del cine independiente estadounidense. Con Frankie -que compitió por la Palma de Oro en el último Festival de Cannes- dio un giro en su filmografía al rodar en la bellísima ciudad portuguesa de Sintra y alrededores con un auténtico seleccionado del cine mundial: Isabelle Huppert, Marisa Tomei, Brendan Gleeson, Greg Kinnear, Pascal Greggory y Jérémie Renier.

Aunque el título en singular remite al personaje de una exitosa actriz que interpreta con la ductilidad de siempre Huppert, estamos ante una película coral que transcurre durante una jornada veraniega en ese paradisíaco enclave. Allí se reúne la conflictuada protagonista con familiares, colaboradores y amigos en un relato que abordará amores, separaciones, reconciliaciones, enfermedades, despedidas, redenciones y hasta algún milagro (Sintra es famosa además por sus aguas curativas).

El film se inscribe en esa suerte de subgénero de "extranjeros que viajan por Europa". Hay algo de pintoresquismo y de ciertos lugares comunes burgueses en esta propuesta, que alterna drama y comedia, costumbrismo y lirismo (hermoso el plano final también con ínfulas de Kiarostami), pero Sachs termina saliendo airoso del desafío con los aportes sustanciales del brillante fotógrafo portugués Rui Poças ( Tabú, Zama) y de sus talentosos intérpretes.