Francotirador

Crítica de Cecilia Martinez - Función Agotada

Ser progres hoy

Durante los últimos años, ciertos vocablos pasaron a bastardearse de manera pavorosa. Términos como “fascismo” (y su síncopa archi usada y gastada, “facho”) y “neo-liberalismo” perdieron cualquier tipo de precisión y especificad y se convirtieron en palabras de uso corriente, descuidado, inexacto y confuso. La liviandad y la imprudencia en la aplicación de estos términos creó nuevas realidades, nuevas formas de ver el mundo, de ver a las personas, sus motivaciones y comportamientos, y sirvió para segmentar, de manera básica y pueril, a los que estaban de un lado y del otro de esas calificaciones poco taxativas, sin mediar el más mínimo análisis o observación más o menos seria.

No, los ideologetas, portadores de estandartes ideológicos pedorros (la mayoría, con culpa de clase, empeñados menos en llevar a cabo un análisis exhaustivo de las situaciones, la historia y los actores que en engendrar un enemigo al que combatir, a través de meras oposiciones binarias y maniqueas), instauraron este contexto (con toda la implicancia de esa palabra) semántico y, con él, todos las contextos que se desprenden.

Cada nuevo acontecimiento, cada tema, cada evento es tomado como disparador para la polarización y queda sujeto a estas segmentaciones duales, sin matices o tonalidades, trazando nuevamente la línea y ubicando a las personas de un lado o del otro. O sos facho o sos progre. En Argentina, estas parecen ser las dos únicas clasificaciones socio-políticas plausibles dentro de las que ubicarse.

Y así con todo, también con el arte. Y, por supuesto, con el cine. Cada película sirve para dividir las aguas maniqueas y, de nuevo, ubicarse de uno u otro lado.

Cansada de las liviandades, cansada de las generalizaciones, cansada del pensamiento maniqueo, cansada de los pretextos para hablar siempre de lo mismo, cansada de las interpretaciones sesgadas, cansada de la ideología berreta que se cuela en cada área, me encontré con la última de Clint Eastwood, Francotirador (American Sniper), basada en la historia de Chris Kyle (Bradley Cooper), reconocido francotirador SEAL de la Marina de los Estados Unidos durante la invasión a Irak en 2003.

La película y el mismo Eastwood han sido tildados de “fascistas”, “republicanos”, “nacionalistas”, “pro-guerra”. Estos son algunos de los adjetivos que han desfilado por las redes sociales estos últimos días, a boca de entendidos en asuntos de política y de cine que afirman, sin titubeos, que la película es facha y nacionalista porque defiende a Estados Unidos y a su política intervencionista, porque retrata a los soldados yanquis como héroes y a los iraquíes como monstruos y porque reivindica valores de heroísmo, violencia y odio por parte de los soldados del ejército yanqui hacia el enemigo.

Las mismas personas, analíticas ellas, se pronunciaban de igual manera sobre La Noche más Oscura (Zero Dark Thirty) de Kathryn Bigelow, alegando que, como se muestra tortura y cómo esa tortura llevó a la captura de Bin Laden, la película (y su directora) reivindicaba ese método como herramienta válida en la guerra y lo hacía de manera celebratoria.

Pareciera ser que para estos avezados críticos si un director muestra la tortura y los resultados de la tortura, si muestra a un tipo como “héroe” por atrapar y/o matar terroristas, entonces ese director es lisa y llanamente facho (con todo lo que eso trae, como estar a favor de la guerra y el intervencionismo).

No hay lectura más allá de lo obvio: ni siquiera se intenta analizar si en realidad la película no expone un alegato mucho más fuerte en contra de esas cuestiones. Parece que si no hay un personaje abiertamente en contra o alguien que verbalice las barbaridades de la guerra, la película y su director pueden ser inmediatamente encasillados.

La crítica política tiene que ser burda, entonces, para que pueda entenderse: el insulto a la inteligencia y la corrección política, de la manito. Pensemos el caso de Zero Dark Thirty: no basta con mostrar una escena en la que los soldados vuelven de la misión Bin Laden y son retratados como orangutanes, palmeándose los hombros y celebrando como si de la victoria de un partido de fútbol se tratase. No basta con mostrar un plano de la protagonista en un avión, quien, tras matar a Bin Laden, vuelve a su casa sola, como lo estuvo durante toda la película, con lágrimas en los ojos, perdida, sin tener certeza de lo que hizo o de lo que hará, habiendo dedicado los últimos 10 años de su vida a una causa. Un plano desolador. Un plano mucho más elocuente que cualquier verbalización ramplona.

Nuevamente, sin grises, sin tonalidades, sin capacidad de comprensión más allá de lo obvio.

American Sniper es la historia de Chris Kyle, un texano que quiere ser cowboy y termina enlistándose en la marina de EE.UU y convirtiéndose en francotirador “leyenda”. La historia arranca en su niñez, para luego pasar a la etapa adulta, cuando conoce a su esposa Taya (Sienna Miller) y empieza con las misiones en Irak.

Chris Kyle es un patriota; él sí encarna los calificativos que se le han endilgado a la película (confundiendo personaje con ideología con película con director, una práctica típicamente progre-bovina): es nacionalista, ama a su país, está dispuesto a morir por él, cree en la política intervencionista de su país y sostiene que el enemigo es un monstruo (niños y mujeres incluidas, aunque le cueste un poco más bajarlos).

Y lo que retrata Eastwood es justamente eso: un tipo embelesado con el ejército y con el lugar que va ganando en él. Chris Kyle, en la medida en que empieza a sentirse cada vez más funcional, en que se convierte en una leyenda, deposita toda su libido ahí. Conforme su reputación aumenta, disminuye su interés por su familia y sus hijos. Su vida está ahí, en el ejército, único lugar en el que es útil, valorado y vanagloriado. Y los esfuerzos infructuosos de su esposa por traerlo de vuelta no hacen más que enfatizar en él su deseo de ser parte de ese núcleo de pertenencia. Cada vez que vuelve a su casa, no logra desconectarse ni conectarse con su familia, y solo desea volver allí, donde, narcisismo de por medio, él es una estrella.

Una vez en casa, hay una escena clave: en una subjetiva con el punto de vista de un arma de juguete, Chris se acerca a su esposa con intenciones de confraternizar, y la cámara la toma a la altura de la pelvis, a través del arma. El arma como elemento erotizante, como prolongación fálica de una masculinidad puesta íntegramente en lo bélico. Ya no hay vuelta atrás, el daño está hecho y es irreversible.

Francotirador es, como también lo era Vivir al Límite (The Hurt Locker) de la mencionada Kathryn Bigelow, la historia de hombres que encuentran una identidad y una razón de ser en el ejército, en el peligro, en la camaradería con otros hombres, sin cuestionarse demasiado el por qué de sus acciones. Ellos solo saben que tienen que estar ahí y defender a su país, pero jamás se preguntan de qué ni de quién, ni si esa “defensa” está, de alguna forma, justificada.

Clint Eastwood retrata en Francotirador a un tipo embelesado con el ejército y con el lugar que va ganando en él.
El cine de Eastwood es contundentemente político y crítico de la institución: muestra una nación que es un semillero de combatientes que nacen con la convicción de que “EE.UU. es lo mejor que les pasó” y que están dispuestos a dar la vida por el país y defenderlo de cualquier enemigo externo. Esa convicción cuasi religiosa (profesada como una fe, de ahí que resulte axiomática) lleva a estos hombres a alienarse, a deshumanizarse y perder empatía por todos aquellos que no sean exponentes de “el mejor país del mundo”, se trate del enemigo que hay que aniquilar o la propia familia que reclama la vuelta al hogar. El lavado de cerebro es tal que el único lugar seguro en la vida es el campo de batalla, núcleo de pertenencia a la vez que legitimador de identidad.

Al igual que en La Noche más Oscura, EE.UU cría soldados, les lava el cerebro con el cuentito intervencionista-salvador y los manda al frente de batalla para luego convertirlos en héroes en una pantomima ridícula y falsa. Por eso vemos, en los créditos finales y las imágenes de archivo, todo el show, que incluye fuegos artificiales, desfile por las calles, tributos, pancartas, para honrar a las personas que ellos mismos mataron. Eastwood hace que la procesión del horror sea solapada pero contundente.

Pero andá a pedirle al progre-bovino que lea matices, a quien no puede ver otra cosa más que un alegato pro-guerra, nacionalista, fascistoide, de un director republicano que pretende crear un discurso panfletario sobre la guerra y la política exterior de EEUU. Desde que interpretaba a Harry el Sucio, Eastwood viene sufriendo esta clase de confusiones entre persona, película y personaje.

El amor vence al odio. Los malos vencen a los buenos. Los progres vencen a los fachos. ¿Cuántos añitos tenés?