Foxcatcher

Crítica de Roger Koza - La Voz del Interior

Una versión tardía del sueño americano.

Dos hermanos, dos luchadores. Viven en la América de Reagan. Pelean fuera y dentro del cuadrilátero. Sus cuerpos hinchados y toscos, apoteosis muscular de un desarrollo anatómico propio de una sociedad creyente en el consumo infinito, fisionomías que remiten tanto a una deforme escultura griega de atletas como también a un Hulk descolorido. En efecto, Dave y Mark Schultz dedican su vida a la lucha libre. A principios de la década de 1980, ambos han ganado medallas de oro en las Olimpiadas de Los Ángeles y en el campeonato mundial de Budapest.

La economía narrativa con la que arranca Foxcatcher, basada en un hecho real, es admirable. Una introducción sucinta a través de un material de archivo sobre la aristocracia estadounidense, seguida por un retrato de su contraste estructural, el de la secreta decadencia de su población que cada tanto se ve en el cine estadounidense: por 20 dólares, Mark intenta explicar a un conjunto de estudiantes de primaria la importancia moral del deporte. En el momento de cobrar su cheque lo confundirán con su hermano mayor, su mentor y su padre sustituto. De este modo, en menos de 10 minutos, todas las coordenadas simbólicas e históricas de Foxcatcher están sobre la mesa.

Lo que viene después es una versión tardía del sueño americano, que nunca es otra cosa que una pesadilla. Mark primero, después Dave y toda su familia, quedarán bajo la protección económica de un magnate de la industria química estadounidense, la cual, lógicamente, está intrínsecamente ligada a las armas.

Sucede que John Eleuthère Dupont es un excéntrico millonario obsesionado por la lucha libre. Delirante y circunspecto, Dupont lee en ese deporte una fuente de grandeza que sus compatriotas han traicionado, y es por eso que lidera el equipo Foxcatcher de lucha libre, cuya mayor promesa, entre sus luchadores, será Dave. Como es de suponer, esta empresa no llegará a buen puerto: las diferencias (de clase) son inconmensurables, y los propósitos de uno respecto de los otros, incompatibles.

Este auténtico relato salvaje sobre la omnipotencia aristocrática y la precariedad simbólica de los desposeídos no sería lo mismo sin sus intérpretes: el irreconocible Steve Carrell, como Dupont, transforma su cuerpo en un enunciado de enajenación por exceso; la imposibilidad discursiva del personaje de Channing Tatum requiere que el actor transforme su cuerpo en un nicho de inhibiciones y frustraciones; y a Mark Ruffalo, el traje de combatiente experimentado le calza perfecto. Tres fenómenos.

Pero la contundencia de las interpretaciones no debería enceguecernos. Bennett Miller (Capote, Moneyball) sabe muy bien qué es lo que está haciendo. ¿La evidencia? Hay varios ejemplos, pero los últimos planos son tan inolvidables como simbólicamente pertinentes. La revelación: el luchador olímpico se ha transformado en un remedo de sí mismo. Ahora es una bestia dispuesta a reventar a su contrincante en ese espectáculo brutal televisado bautizado “Vale Todo”, en el que los hombres devienen en fieras.

Foxcatcher
Muy buena. Guion: E. Max Frye y Dan Futterman. Dirección: Bennett Miller. Elenco: Steve Carrell, Channing Tatum, Mark Ruffalo, Sienna Miller. Duración: 134 minutos. Apta para mayores de 13 años. Sexo: nulo. Violencia: alta. Complejidad: nula.