Foxcatcher

Crítica de María Paula Rios - CineramaPlus+

Los hermanos Dave y Mark Schult fueron dos luchadores profesionales de la década del 80’ en Estados Unidos. Cuerpos sumamente trabajados, entrenamientos diarios que se convierten en rutina, hay un solo objetivo: el oro olímpico. Dave, deportivamente, es superior a su hermano. Está contento con su modo de vida, además de la ardua preparación tiene su familia, sus afectos. Mark vive a la sombra de su hermano mayor y su existencia, así como su vocabulario, es chata y solitaria.

En medio de esta dinámica aparece John DuPont, un millonario excéntrico, que debido a un antojo patológico decide financiar el equipo de lucha para los Juegos Olímpicos de Seúl. La fisicidad de los hermanos da cuenta del anhelo del millonario, y a su vez de todas sus falencias y frustraciones. Un cuerpo y una mente débil para afrontar un deporte en serio, más no es así para manipular personas.

Bajo esta lógica malsana y con un atmósfera oscura, avanza lentamente, pero con precisión, el relato de Bennet Miller. Una especie de mecenazgo psicótico donde el deporte queda relegado en segundo plano para abrir paso al drama puro. Deseos y frustraciones que se confunden, y también se unen, en relaciones viciadas.

El clima del filme es extraño y sugestivo. El realizador nos hace testigos del comportamiento imprevisible de DuPont, pero a su vez da cuenta de que hay algo latente a punto de estallar. Es imposible que las cosas terminen bien, o en su defecto que desencadenen sin inconvenientes. Justamente lo que pretende hacer Dave, quién por supuesto necesita el dinero, es tener un relación netamente profesional sin tratar de engancharse en la locura del millonario.

Pero este vive en una mentira sostenida por su cuantiosa fortuna, quiere dar una imagen ante la sociedad, la imagen exitista que le inculcó su madre. Y como no la tiene, la compra, la inventa. Más allá de la metáfora gruesa del capitalismo maltrecho y la decadencia del “sueño americano”, Foxcatcher utiliza con eficacia las elipsis, para dotar de fluidez al relato, y, así mismo, narrar con solidez y crudeza una folie á plusieus, donde, de un modo u otro, tanto las víctimas como los victimarios son participes, inequívocos, de este síndrome.

Por María Paula Rios
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