Foxcatcher

Crítica de Cecilia Martinez - Función Agotada

En el inicio de Belleza Americana (Sam Mendes, 1999) el personaje de Lester Burnham se muestra como la tentativa de todo aquello que posteriormente no se cumple: la destrucción de una sociedad cuyos valores presuponen la más alta pauta de hipocresía posible. Hacia el final, lejos de reivindicar cualquier posible crítica, la película precisa encontrar un perfecto monstruo en quien concentrar su horror. Ese monstruo es el vecino nazi, que acaba con quien acaso sea el personaje más libertario, el mencionado Lester. A su vez, el hombre se suicida: el horror de los valores tradicionales jamás queda en cuestión y nada cambia.

La misma tentativa (acompañada de la posterior decepción) sucede en Foxcatcher, donde el centro está dado por el imaginario de familia que la película dispone, como si se tratara de una tesis sobre los valores medios del sueño americano.

Si toda familia es un sistema en el que cada integrante cumple un rol determinado, el cual, a su vez, se relaciona de cierta forma con el resto de los roles, instaurado ese sistema (los roles se adoptan casi de manera involuntaria, por una dinámica que se les impone), los integrantes tienden a recrearlo fuera del núcleo familiar primario, es decir, en sus vínculos interpersonales, ya sea el ámbito laboral, la filiación matrimonial y los hijos, las amistades. El rol que cumplimos en el seno de los núcleos familiares primarios nos determina de por vida.

En Foxcatcher hay algunos sistemas que funcionan y se recrear, dando a luz a nuevos sistemas. El problema es que la película jamás echa luz sobre ninguno de estos temas, sino que simplemente los describe, los pone sobre el tapete. Del mismo modo pienso pararme frente a esta película mediocre: describiéndola.

Sigamos.

John Du Pont (Steve Carell) es una figura enigmática. Hijo de familia monoparental (no hay referencia alguna a la figura paterna), la relación con su madre (Vanessa Redgrave) es un tanto disfuncional. Es el hombre rico que nunca hizo nada productivo de su vida excepto gastar la fortuna familiar, obsesionado con ganar la aprobación de una madre displicente y absolutamente indiferente. John necesita una meta en su vida, un propósito que llene sus abúlicos días y se convierta en puente para obtener el beneplácito materno.

Por eso se aboca de lleno al equipo de Lucha Olímpica, del cual se autoproclama entrenador y mentor. La presencia de su madre es una suerte de fantasma que sobrevuela la película, una figura amenazante en tanto intangible y casi invisible. Las pocas escenas en las que aparece son suficientes para dar cuenta de la relación entre ambos: la demanda no satisfecha, la búsqueda de aprobación, la descalificación automática, la repercusión en la autoestima.

Pero ahí donde un director cáustico se hubiera hecho una comilona, bueno, el pobre de Bennet Miller nos manda un canapé.
Mark Schultz (el campeón olímpico que se muda a la casa de John Du Pont, interpretado por Channing Tatum) tiene una historia similar a la de John, excepto que la búsqueda de aprobación está direccionada hacia su hermano y entrenador, Dave (Mark Ruffalo). La ausencia de relación paterno-filial lo obliga a tomar a su hermano mayor como padre y referente, hasta que se cansa de vivir en sus sombras y acepta la oferta de John, que pasa a tomar el lugar de Dave. Ahora Mark ve en Du Pont una figura de autoridad, una persona a quien admirar y en quien confiar, trasladando así la modalidad del vínculo anterior. Todo muy lindo, todo muy psico, pero con un grado de berretada importante, precisamente porque el asunto no profundiza en ningún momento. Con suerte que los temas estén ahí sobre la mesa, como en las cenas de fin de año.

John lo ampara y ambos entablan esta suerte de relación (manifiestamente homoerótica) en la que cada uno reproduce su esquema y trata de imponerlo sobre el otro. John intenta encontrar en Mark un confidente, alguien que lo admire y lo respete de manera automática, alguien a quien manejar. Y Mark acepta el rol sin dudarlo, en busca de otra figura a la que seguir sin demasiados cuestionamientos. Ambos cumplen el rol que nacieron para cumplir a la vez que desempeñan el rol que el otro les asigna, reproduciendo así sus propios esquemas. Quizás ahí está el dato más interesante de una película calculadora y especulativa con el escándalo-morbo del caso real. Sin ir más lejos, Miller es especialista en esto de los casos reales.

Pero retomemos. Dave, por su parte, es la piedra en el zapato, el tipo sano, el padre ejemplar, preocupado antes por su familia que por cualquier cuestión económica o profesional, capaz de dejar pasar una gran oportunidad laboral por estar con su familia. Es el tipo relajado y copado, empático, generoso en su saber, trabajador. Es, si se quiere, el único y verdadero continuador de las tradiciones normativas de una ética protestante. Esa misma ética de los padres de la nación, linaje al que pertenece Du Pont, linaje que no puede sostener con sus actos.

Y la película se encarga, desde el primer minuto, de posicionar a los individuos de un lado u otro de la vara moral en relación a esa ética particular. La disfunción de Mark y John los coloca del lado de los perdedores, los patológicos, y les da un final coherente.

Mark y John son exhibidos (y animalizados) como “errores” del sistema, excepciones. Dave, por el contrario, es el héroe que la película reivindica, en contraposición constante a los anteriores. Con John se contrapone porque él es el líder y el entrenador, mientras que John es el payaso que intenta imitarlo. Con Mark se contrapone porque él es el hermano ejemplar, el deportista nato que no carga con el don como una cruz, porque es el hombre que, pese a compartir historia familiar con Mark, pudo sobreponerse, construir su vida y formar una familia, cosa que Mark no pudo.

La muerte de Dave no deja de ser una vindicación, el tipo que muere por culpa de su hermano (que lo hace ir ahí en primera instancia) y por culpa de Du Pont y su enfermedad mental, y termina convertido en héroe.

Como en Belleza Americana, el problema jamás puede estar en las bases del sistema, sino en la incapacidad manifiesta de incluirse. Por eso Foxcatcher se siente tan cómoda plagada de loquitos: no hay mal que por bien no venga.