Force Majeure: La traición del instinto

Crítica de Laura Osti - El Litoral

Psicodrama familiar estilo sueco

Los paisajes nevados tienen un no sé qué inquietante y perturbador. Grandes soledades heladas. Un desierto misterioso, inhóspito. Un silencio atronador.

En los Alpes europeos, en esas alturas blancas y frías, suelen establecerse reductos turísticos que son visitados por viajeros de diferentes países en época invernal. Allí, la industria hotelera se encarga de mantener un circuito de pistas de esquí sobre las laderas de las montañas más accesibles. Para ello, se necesitan maquinarias de diversa índole: barredoras de nieve, lluvias artificiales, explosiones programadas, toda una parafernalia de equipos que están en plena actividad por las noches, mientras los turistas se divierten en las discotecas o duermen en sus habitaciones.

Eso significa que el silencio de las altas cumbres se quiebra con la presencia humana ruidosa de la música festiva a todo volumen y los cañonazos intermitentes, que tienen la función de mover la nieve acumulada para un mejor uso de los paseantes.

Puede suceder que alguno de esos días vacacionales aporte una neblina espesa que no permite ver más allá de unos pocos metros, lo que contribuye a incrementar la atmósfera de soledad, aislamiento del mundo e indefensión ante la majestuosidad de la naturaleza extrema.

En esa zona, aun cuando los peligros parecen estar confortablemente controlados, domesticados por la industria humana, se experimenta una cierta angustia que proviene de lo desconocido y también de la certeza de que sin ese soporte estructural, no se podría sobrevivir allí durante mucho tiempo.

Las temperaturas son extremas, movilizarse es dificultoso. Sin embargo, el lugar atrae visitantes que disfrutan del placer que ofrece la aventura de deslizarse por esa alfombra blanca y vencer de algún modo la adversidad del clima y del terreno.

En ese ámbito exclusivo del turismo cinco estrellas, un matrimonio cuarentón con sus dos hijos pequeños pretende disfrutar unos días de vacaciones en familia, lejos de las obligaciones diarias.

Pero, como suele suceder precisamente en vacaciones, el reencuentro íntimo familiar a tiempo completo trae algunas experiencias que hacen aflorar conflictos guardados y reprimidos en lo profundo, que en el trajín cotidiano se evitan y se disimulan, mientras que en situaciones excepcionales a veces estallan.

Force majeure (Fuerza mayor), título internacional de la película del director sueco Ruben ™stlund, cuyo título original es Turist, narra la experiencia que viven Tomas y su mujer Ebba, junto a los niños, cuando son sorprendidos por una avalancha de nieve, justo en el momento en que estaban en la terraza del restaurante dispuestos a almorzar.

Si bien todo hace pensar que se trata de un efecto especial provocado y controlado por los gerenciadores del hotel, para regocijo de los turistas quienes pese al susto no corren ningún peligro, al no estar avisados, sus respuestas ante el fenómeno son instintivas y espontáneas.

Ese hecho, en vez de generar una sensación agradable, provoca una severa crisis en la pareja. Ebba se siente desilusionada por la actitud de Tomas, quien sale corriendo mientras ella y los chicos tratan de protegerse bajo la mesa.

La película se concentra en ese conflicto psicológico que aflora a raíz de una situación límite y que es capaz de desestabilizar la estructura familiar. Los roles son cuestionados, todos se sienten incómodos, lo que debería haber sido un viaje de placer se convierte casi en un tormento y el entorno parece contagiarse del malestar de la familia, al punto de que la excursión no termina de la mejor manera.

Siempre bordeando lo que podría convertirse en una tragedia, Force majeure indaga en las estructuras del inconsciente y cómo, aun en las sociedades más evolucionadas, los instintos descontrolados pueden ocasionar crisis de consecuencias impensadas.