Fontanarrosa, lo que se dice un ídolo

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

A diez años ya del fallecimiento del enorme creador de Inodoro Pereyra, llega Fontanarrosa, lo que se dice un ídolo, un colectivo conformado por seis cortometrajes y ocho historias, divididos en episodios sueltos dirigidos cada uno por un director rosarino diferente.
El resultado logra lo ideal, pintar de cuerpo entero al homenajeado.
Los films episódicos son una especie en sí mismo. Pueden tener una idea conductora a lo largo de todos los relatos, o presentar historias diferentes. Tener un solo director o conformar un trabajo conjunto. Seguir una historia general, o ser definitivamente individuales.
Desde Relatos Salvajes a Historias Breves el abanico es amplio, y el cine argentino recurrió a él incontables cantidad de veces. En esta oportunidad la excusa es el autor, Roberto Fontanarrosa, el negro, el emblema de Rosario, el responsable de saber pintar nuestra idiosincrasia de barrio mejor que ninguno.
Aquel que nos dejó demasiado temprano aquel 19 de julio de 2007, y ahora a diez años de aquella fecha se pretende rendirle un merecidísimo homenaje.
Para eso, se convocó a seis directores, que trabajaron de manera individual en seis cortometrajes, y el resultado es Fontanarrosa, lo que se dice un ídolo, presentando ocho historias. ¿Cómo son seis cortometrajes pero ocho historias?
Porque uno de ellos, Semblanzas deportivas, dirigido por Pablo Rodríguez Jáuregui, se divide en tres historias presentadas como viñetas animadas separadoras entre el resto de los cortometrajes de acción real.
Justamente con uno de ellos abre la película, El “conejo” Fumetti, y su disyuntiva por rendirle al equipo al que pertenece o demostrar la devoción a su padre. Los otros dos serán Virginio Rosa Camargo (el mejor de los tres) y su decisión de cometerse goles en contra para que la hinchada vitoree a su madre; y El Chancho volador, un arquero que solo cumple su función de ser obeso hasta que el destino lo llame a una gran proeza.
La animación respeta el estilo historietista y los trazos simples y exagerados de la pluma de Boogie, El aceitoso. E luso de la voz en off en tercera persona de Miguel Franchi, y la casi ausencia de colores, realzan esa idea de estar leyendo las historietas originales de Semblanzas deportivas. Funcionan a la perfección como descanso entre corto de acción rea.
De estos el primero es No sé si he sido claro, de Juan Pablo Buscarini, llamativamente un director acostumbrado a la animación y el relato infantil, con un Dady Brieva en su mejor forma contándole a un juez las proezas y desgracia de un personaje muy particular del barrio.
El doble sentido permanente, la gracia natural de los actores, y como siempre, la chispa propia de la historia, harán de este corto el punto más alto, con una carcajada que se pisa con la siguiente.
Luego, será el turno de Vidas privadas, con Gastón Puls y Julieta Cardinalli como una pareja de clase media alta, atravesando una crisis, que discute… hasta que los interrumpe el director de la obra de teatro (Jean Pierre Noher) junto a los actores que los interpretarán. Un cortometraje ideal para los climas íntimos y desprejuiciados de Gustavo Postigliane. Pasa del drama y la estructura clásica teatral, a un grotesco en el que encontraremos la marca del autor.
En este episodio podremos ver que Fontanarrosa era más que un narrador de historias cotidianas, su vuelo era muy superior. Los juegos de cámara que propone Postiglione se funden como un lenguaje más dentro de la historia.
Tercero, llegará Sueño de barrio, de Néstor Zapata, en el que un joven deberá rendir cuentas frente a una comisaria frente a los actos cometidos hacia una chica, en un sueño. Un episodio cerrado, casi de sketch, muy gracioso y distendido, que se potencia por la soltura de Pablo Granados y Chiqui Abecasis como esos policías consternados.
El asombrado, de Héctor Molina, será otro punto alto. Dario Grandinetti se luce (como siempre) como un hombre atribulado por no poseer sombra, claro vive opacado por la sombra de su madre. Claudio Rissi como su psicólogo, y Catherine Fulop como un interés romántico y estrella televisiva interesada en el fenómeno, acompañan más que correcta ente al actor de El lado oscuro del corazón.
El episodio conjuga muchísima gracia, con una profunda emotividad y ternura. Por último, Hugo Grosso presenta Elige tu propia aventura, en la cual se vale de la potente voz de Quique Pesoa para narrar un relato con la estructura típica de los libros juveniles de los cuales toma el nombre.
Luis Machin es un turista argentino en un caberet de Brasil que deberá decidir si pasa la noche con una mujer de tono ejecutivo que toma unas copas en el lugar, o con la bailarina desnudista (Kate Rodriguez).
La estructura referencial a los libros es perfecta, Machin es un todo terreno, y las dos mujeres resuelven sus personajes con solvencia. Sumado a una puesta sencilla pero de interesante juego de luces propuesta por Grosso, es una buena forma de dar por culminada la función.
Así, Fontanarrosa, lo que se dice un ídolo, trasita los caminos de la comedia, ámbito en el que más se lo conoce al rsarino, pero también descubre esa faceta futbolera, pendenciera, de dramaturgo, y de una emoción a flor de piel. Cuando en cada una de las historias, más allá del grotesco, podemos encontrar identificación, es que se logró capturar esa esencia de observador de nuestra idiosincrasia, de escritura mundano.
Es difícil que en un trabajo compuesto por ocho partes no encontremos alguna falencia, y lo cierto es que si bien hay algunos que explotan mejor por su excesiva gracia (los mencionados No sé si he sido claro y El asombrado), no hay que aquí un punto débil, todos tienen algo que se destaque.
Sin necesidad de una gran puesta, con una correcta elección de textos, y un elenco que acompaña, Fontanarrosa, lo que se dice un ídolo, invita a descubrir un autor, y en el camino a miraros a nosotros mismos en ese espejo distorsionado de la comedia cotidiana.