Florence

Crítica de Vanesa Fognani - Notinac

Ser el “mejor de los peores” y no tener conciencia de ello, es quizás unas de las mejores virtudes que uno puede tener. Florence Jenkins fue la peor cantante del mundo, sus ansias por llegar a cantar en el Ritz Carlo en Manhattan en los dorados años 30 – uno de los teatros más gloriosos – la coronó no sólo como la soprano con menos oído o tempo sino como la mujer más optimista y más tierna, incluso ante las risas del público popular. Florence es un personaje rico para el universo cinematográfico, por ello en el 2014 el director francés Xavier Gianolli, tomó esta historia y la llevó en París. Florence se llamó Margarite y nos deleitó con sus agudos insoportables. Ahora ya de regreso en Manhattan, la Florence americana vuelve con todo y de la mano del groso de Stephen Frears - soy muy fan de Alta Fidelidad, una de sus mejores películas- que respeta a esta Florence y la vuelve casi una heroína.

La sonrisa de Florence interpretada increíblemente por la suprema y amada por todos Meryl Streep, es de una ternura imponderable. Difícil no amarla: Florence sale al proscenio colgada de un arnés, ella es la figura de la obra de su teatro “The Verdi Club”, el público la aplaude, incluso en sus vaivenes, todos la aman. De esta manera es presentada Florence, esta inusual cantante de ópera, quien vive una relación absolutamente romántica con St. Clair Bayfield - Hugh Grant la rompe en este papel- su marido, y su cómplice en la persistencia de cumplir su sueño. El la mira con un amor que llega a los corazones de todos -todas queremos que nos miren así- y la sostiene, incluso en los momentos en donde su armonía se derrumba.

Frears, alimenta el misterio de escuchar la voz de Florence y la expone recién transcurrido un cuarto de película. La escena en donde la soprano imposovisa Like a Bird, es desopilante. Ella quiere cantar en público y ahí comienza el “gancho” de la película. Su marido y un novato, y tímido, pianista que la acompaña - Simón Helberg tiene que estar nominado al Oscar por este papel- se vuelven compinches para mantener el mundo de fantasía de Florence. Ella canta mal, pero estos dos hombres la van a proteger para que pueda cumplir su sueño. El director explota al máximo la comedia, muestra vulnerable a Florence para que nos cause gracia, pero a su vez, le inyecta un poco de nostalgia. Florence es una anti heroína, que con sus vacilaciones terrenales, no deja de conquistar, a su manera, hazañas épicas: ¿acaso cantar para la milicia en plena guerra para animarlos no es una proeza? (obviamente todo a lo “Florence”). No tiene habilidades poderosas – ni naturales- pero tiene una afabilidad propia del héroe. Florence/Streep es nuestra adalid. Con una ambientación perfecta - el charlestón de Alexander Desplat está en todos los escenarios del metraje- Florence trasmite la pasión de una mujer que ama la música - las lágrimas en sus ojos cuando escucha a Frida Hampel es increíble- y que necesita creer. Con una escena final idílica, Florence es una biopic que nos deja amando a este personaje entrañable.