Florence

Crítica de Pedro Squillaci - La Capital

El placer por sobre el deber

A veces la carcajada mueve a reflexión. Y este es lo que ocurre al escuchar cantar a Florence Foster Jenkins, quien fue unánimemente considerada la peor cantante lírica de la historia. Basada sobre los últimos años de la excéntrica soprano estadounidense (1868-1944), Stephen Frears decidió darle un enfoque irónico al personaje pero a la vez con cierto tono de redención. De la mano de una Rey Midas de la actuación como Meryl Streep, no hay dudas que toda criatura que toca la convierte en oro. Su Florence es tan patética como querible, tan insoportablemente poderosa como débil ante sus afectos y tan inconsciente como para cantar el "Aria de la Reina de la Noche" de Mozart con un récord de desafinaciones. Al lado de su esposo Clair Bayfield (un sólido y creíble Hugh Grant), que la consiente para que concrete sus sueños, Florence va creciendo ante el reconocimiento de un público tan selecto como aristocrático. Acompañada de su pianista Cosme McMoon (el expresivo Simon Helberg) una noche Florence se topa con lo popular y siente el primer gran impacto con la realidad. Cebada por su engañoso entorno, alquila el Carneggie Hall y regala todas las entradas para los ex combatientes. Pese a su gesto solidario, las burlas y la crítica despiadada del diario más poderoso (único que no aceptó sobornos) le dan un golpe letal. "Podrán decir que canto mal, pero no que nunca canté", dice Florence en el cierre. Para analizar esa delgada línea entre la obligación de hacer lo que uno debe y el placer de hacer lo que uno quiere.