Flamenco, Flamenco

Crítica de Diego Lerer - Clarín

La magia de los intérpretes

Documental musical de Carlos Saura.

En Flamenco, flamenco , Carlos Saura continúa en el estilo de documentales musicales que tan buenos réditos comerciales le han dado a esta última década y media de su carrera, a la vez que regresa al género musical que le dio inició a todo este proceso, que ya tradujo en imágenes Sevillanas y Flamenco , en la década del ‘90.

Tras pasar por el tango y el fado, aquí vuelve al flamenco y a utilizar un estudio y enormes paneles como decorados -acaso pintados con motivos más figurativos que en anteriores experiencias, en las que solían servir básicamente para jugar con los colores-. Está, también, la lustrosa fotografía llena de claroscuros y colores fuertes de Vittorio Storaro. Y los intérpretes, claro, que son la razón de ser de estos filmes no narrativos.

Flamenco, flamenco recorre distintos estilos del género y va desde grandes números coreografiados a grupos pequeños y sin instrumentos (Miguel Póveda, brillante), pasando por una amplia variedad que va desde la guitarra de Paco de Lucía hasta el zapateo de Farruquito, y figuras de distintas generaciones como José Mercé, Estrella Morente, Tomatito, Sara Baras, Niña Pastori y Rocío Molina, entre muchos otros.

Si bien el filme (toda la serie, en realidad) tiene todo el aspecto de ser un producto comercial casi for export , y que Saura se mete demasiado en cada performance cortando más de lo necesario entre puestas de cámara, es indudable que son los músicos, cantantes y bailarines los que determinan en cierto sentido el placer y deleite con el que se puede seguir el filme. Y ellos están más que a la altura de las circunstancias. O mejor...

Sigue siendo curioso, de cualquier manera, entender porqué Saura toma géneros musicales de fuerte conexión popular y urbana, y los lleva al estudio, los “estiliza” y descontextualiza de esta manera. Logra, sí, un bonito espectáculo casi teatral de música e imágenes (casi como si uno estuviera sentado en primera fila de un magnífico concierto multiestelar), pero teniendo las posibilidades cinematográficas -y, acaso, éticas- de devolver esos géneros a las calles, resulta difícil entender su empeño en encerrar a los intérpretes a mirarse en el espejo.