Final de partida

Crítica de Rodolfo Weisskirch - A Sala Llena

No todo es cine de artes marciales, terror o acción en el cine japonés. Películas como Final de Partida y en mayor medida la inédita en nuestro país, Still Walking de Koreeda, confirman que todavía quedan retazos del cine de Kurosawa, Ozu, Imamura o Mizoguchi.

Pequeñas y llamativas historias, que nos hacen emocionar con pocos recursos. Un buen guión, personajes creíbles que provocan empatía, involucrados en situaciones que no son demasiado ajenas, pero a la vez se relacionan con las raíces de la cultura nipona.

Daigo es un chelista profesional, sin embargo cuando la orquesta en la que toca se disuelve, junto a su esposa se replantea como seguir adelante.

Ambos deciden volver al pueblo natal de Daigo y empezar una nueva vida, en la casa de la infancia del mismo. Su madre murió dos años atrás, y el padre los abandonó cuando él tenía 6 años, por lo que le guarda una gran rencor.

Daigo atiende a un aviso clasificado en donde prometen buenas ganancias, sin experiencia previa de ningún tipo. Creyendo que se trata de una agencia de turismo asiste a la entrevista donde su empleador, lo contrata enseguida. Sin embargo, es muy distinto a lo que imaginaba.

Se trata de ser asistente de su jefe en las ceremonias de maquillaje y vestimenta de los muertos, antes de ser puestos en los féretros e incinerados. Una práctica tradicional que todavía utilizan algunas familias.

Primero, desiste de la tarea, pero el salario es bueno y lo acepta. Al principio le cuesta relacionarse con los cadáveres, pero luego lo toma como otro trabajo, y le agrada la reacción de familiares de los fallecidos ante los buenos tratos con que evolutivamente trata a los cuerpos.

Daigo encuentra su lugar en el mundo, su objetivo en la vida y aprende a no tener prejuicios ante la profesión solamente porque se relaciona con muertos.

Takita, director veterano, apuesta por el minimalismo y la sutileza. Disfrutar de los pequeños placeres, de formar una familia, de reflexionar sobre el pasado y el futuro. El guión de Koyama hace hincapié en dejar atrás las ideas preconcebidas sobre la muerte, respetarla y aceptarla como parte de la vida.

Sensible y sentimental, por momentos, para continuar con la emoción se apelan a efectos nostálgicos y un par de golpes bajos, pero que sirven para que la narración fluya a buen ritmo. Excelentes paisajes, y una banda sonora compuesta en su mayor medida por canciones clásicas de chelo aportan belleza visual y musical a la película.

Las interpretaciones son simpáticas y la austeridad de la actuación de Yamazaki se encuentra entre lo mejor del elenco.

Una puesta básica y sencilla es lo único que se necesita para relatar este pequeño cuento sobre saber superar las primeras impresiones, y poder pedir perdón ya sea en la vida como en la muerte.

Ganó el Oscar como Mejor Película de Idioma Extranjero del 2008. Premio un poco exagerado quizás, pero aún así se trata de una película accesible y emocionante, que se da la mano las últimas películas del maestro Kurosawa como Rapsodia en Agosto y Madadayo, o también de Koreeda, la magnífica Afterlife.