Ficción Privada

Crítica de Marcelo Cafferata - Lúdico y memorioso

Él: “Escribir cartas significa desnudarse ante los fantasmas, que lo esperan con avidez. Una correspondencia es, en efecto, una conversación con fantasmas.”

Ella: “Escribir una carta tal vez, sea volver a un lugar mejor, donde nos entendamos mejor”

Andrés Di Tella presenta “FICCION PRIVADA” esta semana en la pantalla de cine.ar/play dentro del ciclo “Jueves Estrenos” una película que cierra una hermosa trilogía sobre los vínculos filiales que arrancó con “La Televisión y yo” (2002), en la que a modo de homenaje construye todo el documental en torno a la figura de su padre, luego fue el turno de “Fotografías” (2007) donde retrata a Kamala, su mamá india y el trabajo de construcción de su propia identidad a partir de los viajes, las vivencias, el desarraigo y las culturas.

Frente a una camada de realizadores que han encontrado en el material familiar una buena excusa para poder realizar su documental e intentar contar una historia – a veces sin encontrarle la vibración y la narrativa propia necesaria en cada contexto-, Andrés Di Tella, experimentado director e inquieto frente a la búsqueda permanente de encontrar nuevos lenguajes narrativos, logra justamente llegar directamente a lo esencial. A través de fotos, inicialmente, y de cartas, luego, se dispone a explorar con una profunda emocionalidad y entrega, su propia historia familiar, más particularmente, la historia de amor de sus padres.

En el inicio de “FICCION PRIVADA” y a modo de juego, dos narradores –adivinamos que son el propio Di Tella con su hija Lola- comienzan a tejer historias a partir de fotos viejas. Suposiciones, fabulaciones, disparadores: el arte de contar y crear una ficción a partir de la imaginación y de pequeños datos que pueda ir aportando ese material. Finalizado este juego atractivo, ocurrente e interesante, de generar ficción a partir de adivinar una historia con esas fotos que además mezcla lúdicamente con el paisaje urbano, comenzará otro juego, mucho más profundo, a través de la potencia que surge de la correspondencia entre sus padres.

Si hay algo que hemos perdido por la invasión de la tecnología es el valor de la escritura a mano, con el pulso y la respiración presentes de quien escribe, con la emoción, el testimonio y el objeto como prueba, para quien las recibe. Y así como en cada foto, se intentaba construir una historia para esos personajes fantasmáticos, esos seres anónimos de los que no se contaba con mayor información, en el caso de las cartas, aparecerán también los fantasmas del pasado, la historia de los padres de Andrés –Torcuato y Kamala, como si fuesen a su vez dos enamorados de ficción- a lo que se suma que ahora, él mismo, ya no ocupa el lugar de hijo sino que articula, como en un juego de espejos, su vínculo con Torcuato con su propia paternidad. Donde la participación de Lola, entonces, es otra de las piezas fundamentales de esta historia.

Hay algo de pudor, una intromisión en la geografía de lo privada que parece incomodar en un principio. Pero por algo Torcuato ha querido que Andrés tuviese esa cartas en su poder, como la transmisión de esos legados que van de generación en generación y se convierten en la mejor manera de “pasar la posta” de la historia familiar y de develar algunas pequeñas infidencias, sensaciones, sentimientos que salen de lo íntimo para dar cuenta de la existencia de ese amor tras 20 años juntos –con aciertos y con sinsabores-, que se remonta incluso hasta antes de que fuesen los padres del propio director.

Si bien es un enorme hallazgo el hecho de haber convocado a Denise Groesman y Julián Larquier Tellarini para ponerle voz a las líneas de Torcuato y Kamala en su juventud, indudablemente la marca distintiva de este trabajo son las cartas que ha escrito el propio Torcuato, esta vez para Andrés, que reverberan en la extraordinaria voz de Edgardo Cozarinsky.

Este juego de espejos antes mencionado se potencia cuando el propio Andrés lea algunos fax que mandó oportunamente a su padre mientras residía en el exterior, muchos impregnados con el impacto del reciente fallecimiento de su madre, donde aparecen otros de los otros vectores sobre los que irá transitando este trabajo, donde las cartas aparecen como un disparador para reflexionar sobre muchos otros aspectos de los vínculos familiares, el paso del tiempo, la presencia de los fantasmas , el sentirse habitados por la historia y por las personas que han pasado por nuestra vida y es así como se rescata la “confesión” de Torcuato diciendo que no sería quien fue de no haberla conocido a Kamala.

También hay algo de catarsis en la lectura de las cartas, hay algo de historia de amor, hay un amor que puede ser tan particular y trascendental como cualquier otra historia de amor conocida, hay desencuentros, hay dolor, hay soledad y hay un espíritu presente de dos personajes arrolladores que viven una historia de amor única –al menos para este entorno familiar- que queda grabada y eternizada a través de esta correspondencia que se asoma en “FICCION PRIVADA”.

Andrés Di Tella nuevamente juega, busca, explora, redefine una y otra vez el lenguaje –inclusive con algunas frases de las cartas, rapea y logra una musicalidad- y lo hace con su acostumbrada lucidez y con la completa comprensión de ese universo que va más allá de las fotos, más allá de las cartas, más allá de las palabras e incluso, más allá del cine. Un trabajo exquisito, con una propuesta diferente pero claramente identificable con el estilo particular y destacado de Andrés Di Tella.

POR QUE SI:

«Hay algo de catarsis en la lectura de las cartas, hay algo de historia de amor, hay un amor que puede ser tan particular y trascendental como cualquier otra historia de amor conocida, hay desencuentros, hay dolor, hay soledad»