Fermín

Crítica de Ramiro Ortiz - La Voz del Interior

Sigue creciendo el cine argentino. Se multiplican las voces y se replican los logros. Hay algunos saltos que dar en el camino, pero para eso hay tiempo por delante. Fermín, de los directores Hernán Fidling y Oliver Kolker, muestra madurez para explorar universos muy complejos, como el tango, la locura, el amor o las relaciones entre padres e hijos.

Fermín es Héctor Alterio. Tiene la vista perdida en una ventana. Está canoso y desarreglado. Está en una institución mental. Unos pisos más abajo, su nieta pelea para poder verlo. Un nuevo médico se sentirá tocado por el caso de Fermín -que le recuerda a su padre ausente-, y luchará para sacarlo de su depresión.

Pero la película no es deprimente. Es una historia que crece y crece, hasta cobrar el vuelo de las ficciones verdaderas, donde ya no importa tanto el "detalle", sino lo que nos está haciendo sentir y pensar el relato.

Fermín, entonces, llega a su clímax con personalidad. El tango la recorre de cabo a rabo. Fermín vive entre recuerdos. Los primeros que se ven son de Buenos Aires, en 1945. Él tenía una tanguería, que la frecuentaban amigos, mujeres y malandras. Allí empezó a barajarse su camino, con un amor no correspondido, un embarazo no deseado y la lealtad en juego.

En el ida y vuelta en el tiempo, volvemos a viajar desde el presente hacia 1976. Otra época difícil, con dilemas viejos y otros nuevos, además de un hijo creciendo. Las letras de las canciones se van grabando en la memoria de Fermín quien, en una especie de delirio, las repite 40 años más tarde frente al psiquiatra, como si fueran su única manera de dialogar.

Y como la vida siempre sigue, el médico y la nieta de Fermín empiezan a encontrar un hilo para desenredar, y mientras tanto comienzan a anudarse otros en el presente. El trabajo de Antonella Costa es importante en toda esa progresión. Se trata de una de las mejores actrices de su generación y se pueden esperar grandes cosas de su carrera.

Y, por supuesto, está Héctor Alterio, que desde hace casi 10 años no filmaba en Argentina y se luce en este regreso. El desvarío de Fermín es una ocasión especial para que Alterio toque delicadas cuerdas de la percepción, abordando con oficio el límite entre la realidad y la irrealidad en el que se mueve su personaje.

Y si bien el filme es un drama, tiene humor, lo cual alivia su tono. A esa senda la transita sobre todo Gastón Pauls, quien sabe cómo introducir esa vibración en su papel, sin agregarle protagonismo excesivo ni quitárselo.