Fermín

Crítica de Martín Chiavarino - A Sala Llena

Así es el tango…

Como expresión particular del desarrollo cultural de la música popular porteña en la Argentina, el tango, como representación de un estilo de vida, ha ido perdiendo su mística para convertirse en un elemento más (de mucho peso) del folclore nacional que representa nuestro pasado abandonado desde la victoria de la industria y la sociedad del espectáculo, principalmente a través de la expansión del consumo de la música rock y del cine norteamericano.

Fermín crea alrededor de la historia argentina y del estilizado baile del tango una historia sobre la amistad, la locura, la paternidad y el amor. La película dirigida por Hernán Findling y Oliver Kolker establece un pasaje entre momentos de la historia argentina. Por un lado, Fermín (Héctor Alterio) en el presente es un interno de un hospital psiquiátrico que habla frases inconexas que remiten a nombres de letras de canciones de tangos. Durante su juventud en Buenos Aires en el año 1945, Fermín (Luciano Cáceres) era un compadrito de ideas comunistas que frecuenta la milonga con su amigo Cienpiés, un ladrón, estafador y eximio bailarín de tango enamorado de Zulma, una bella mujer deseada también por Fermín.

La película va narrando las equivocaciones y las tragedias en la vida de Fermín que lo llevan al instituto psiquiátrico desde el punto de vista de la heterodoxa investigación del doctor Ezequiel Kauffman (Gastón Pauls), un joven y brillante psiquiatra de ideas humanistas -recién llegado al hospital- que se obsesiona con el paciente y se enamora de su bella nieta, la bailarina de tango Eva Turdera (Antonella Costa). La burocracia estatal lo ha expulsado ya una vez, pero Kauffman cree que la psiquiatría solicita el involucramiento del doctor y no el diagnóstico pasivo para lograr la mejoría de los pacientes. Esto lo lleva a implicarse sentimentalmente con Eva y a comenzar una serie de ejercicios con Fermín para intentar descubrir qué lo llevó a su estado actual.