Fermín

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

De amores y enfermedades

Fermín es una de esas exposiciones de voluntades sin cauce, sin conciencia cabal de forma, del cine argentino. Una dosis intermitente de costumbrismo plañidero y tanguero sobrevuela cortocircuitos visuales en forma de travellings sin destino, como ese que sigue a la primera entrada de Gastón Pauls al hospital, que termina "en algún lado". Por su parte, poco ayudan a mejorar el aspecto de esta película notorios errores de tipeo en los créditos finales, la baja definición en muchos planos de exteriores en movimiento y la inclusión de un auspiciante (Café Martínez) en planos de tal nivel de grosería que hasta podrían verse como paródicos.

La sinopsis enviada empieza así: "El Dr. Ezequiel Kaufman [Gastón Pauls] entra a trabajar como médico psiquiatra en un neuropsiquiátrico público. Entre sus pacientes descubrirá a Fermín Turdera [Héctor Alterio], quien cuenta con su nieta Eva [Antonella Costa] (...) Ezequiel descubre que Fermín sólo se expresa a través de tangos...". El protagonista es más Kaufman que el Fermín del título. Por tiempo dedicado, por relevancia dramática, el eje parte de pero no termina de estar en la cura psiquiátrica. Y está bien que así sea, porque la exposición de la enfermedad es lo más flojo del presente del relato (2013, aunque más allá de una indicación temporal y alguna computadora puesta en Facebook, casi todo es antiguo y rancio).

Hay tres pasados: uno en 1945, otro -muy breve- en 1955, otro en 1976. Fermín modelo 1945 es interpretado por Luciano Cáceres con gran entusiasmo. Pero en 1955 y en 1976 él y la sufrida gente de maquillaje deben hacer frente a la dificultad de envejecer sin efectos digitales. Ni en su caso ni en el de Dalma Maradona se logra plasmar el paso del tiempo que pide el relato, así que esos setenta se convierten en un grotesco baile de máscaras, acompañado por las peores decisiones narrativas (coche en la lluvia, gritos y frases altisonantes que pensábamos que se habían perdido en la noche del cine argentino). Fermín anciano está interpretado por Héctor Alterio, con los excesos y los permisos típicos de "actor argentino venerable". Se le entiende poco y, aunque se comente que a su personaje le cuesta la claridad verbal, es llamativa esa pastosidad.

No es habitual tener de protagonista un personaje así de desagradable, así de irredimible, así de inadecuado para el sentimentalismo que propone la música cuando no es tango, cuando no acompaña los muy vistosos y atractivos pasos de baile. Fermín es -fue- poco recomendable para amigos, mujer, hijo, mundo en general. La película, consciente o inconscientemente, va decantándose por la historia de amor entre Kaufman y Eva, pareja que -logro no demasiado frecuente en el cine argentino- tiene química desde el primer instante. Pauls y Costa saben cómo mirarse, cómo hablarse, cómo picarse: reclaman otra película, mejor, para ellos. Por su parte, Luis Ziembrowski hace un breve show con frases bien colocadas, Rodrigo Pedreira es convincente como villano y Emilio Disi sorprende y se revela como un -otro- actor desperdiciado por un cine argentino que sigue tropezando con piedras que arrastra desde hace décadas.