Fase 7

Crítica de Marina Yuszczuk - ¡Esto es un bingo!

Space cowboy

¡Al fin género! Se sabe: el boca a boca tiene la posta de los festivales. Me imagino el rumor sobre Fase 7 recorriendo las calles húmedas de Mar del Plata, como un virus. La cosa es que la sala se llenó, que la gente hace largas colas a la medianoche para entrar a ver una película, aplauden antes de que empiece, eso. Fase 7 es la primera película de Nicolás Goldbart, que fue montajista de El fondo del mar y Los paranoicos. El dato es importante, van a ver por qué. Acá también está Daniel Hendler, y Jazmín Stuart, y una persona que se llama Yayo. Me enteré, a la salida, y gracias a un crítico que ve Tinelli (hace bien), de que este Yayo hace chistes por televisión. Más popular que Hendler, por lo visto, cuando empezaron a pasar los créditos de Fase 7 la gente lo aplaudía a él, que viene a ser algo así como el Daniel Aráoz de Goldbart.

Como el sci-fi más cercano posible, la película de Goldbart parece hija de la paranoia del año que todos vivimos en peligro, el de la gripe A, aunque el virus en cuestión está borrado por suerte del relato. Hendler está casado con Stuart y ella tiene siete meses de embarazo. Se mudan a un edificio nuevo, con pocos departamentos ocupados, y enseguida se desata el virus, la locura, la cuarentena. Ellos son los incrédulos, los que tienen el atrevimiento de no hacerle caso a la TV. Pero viven en el mundo -el edificio- y los vecinos no los van a dejar en paz, no van a dejar que no se cuiden. Este Yayo, el más paranoico de todos los vecinos, el que hace de su casa un bunker, es el que va a convertir a Hendler en despunte de cowboy. Con música carpenteriana que llena el plano, y momentos de tensión perfectos, y el muy buen comediante que es Hendler, Fase 7 sabe citar al cine y usarlo a su favor. Ah, para mí tendría que terminar un rato antes, con Hendler y su chica esperando encerrados, sin saber qué va a pasarles. Pero a mí me gusta cortar las películas, es vicio de edición mental y del “elige tu propia aventura”.

Paréntesis: hay algo con las puteadas en el cine argentino, sobre todo con el tipo de humor que por momentos se basa en puteadas. ¿Por qué la Kkkkkk de “carajo” suena tan subrayada? ¿No es más vulgar “boludo” cuando sale en el cine? Y la P de pelotudo, me parece que se lleva las palmas, con esa posibilidad de juntar los labios y hacerlos reventar en un soplido que estalla como un golpe…exagerado, siempre parece exagerado. Yo quisiera saber, pero no voy a poder nunca, si a los anglosajones les suena igual de artificial a veces la K de fuck, o la manera de comerse las letras cuando alguien dice “madafffacka” (imagínense por ejemplo un comienzo de Cuatro bodas y un funeral que tuviera a Hugh Grant diciendo “la puta madre, la puta madre, la puta madre”; ¿está buena esa película? Ni idea).

Ayer, antes de la medianoche, vi casi toda Enigma en París (1974), una película de Peter Weir con un título mucho mejor en inglés: The cars that ate Paris. Paris es un pueblito de gente muy fea en el que hay una serie de accidentes de auto inexplicables. Los malos son una banda con autos viejos pintados de colores, y autos y partes de autos por todas partes, destartalados, oxidados, hermosos. Chapas contra colinas verdes. Y hay también un homenaje muy lindo a Leone, de enfrentamiento tenso entre el guardia del tránsito y la banda de los malos, con música alla Morricone. Es un poco aburrida la película de todas formas, pero los australianos tienen esa cosa con los autos que está buena. Ah, antes de terminar quiero decir que Hendler es lo más: Hendler es lo más. Me voy a ver si consigo entradas gratis para las de John Hughes.