Fantasma de Buenos Aires

Crítica de Ramiro Ortiz - La Voz del Interior

Usurpadores de cuerpos

Esta película tiene algunas marcas de estilo que pueden resultar familiares para cierto público. Es un filme hecho por gran cantidad de jóvenes, con un sistema de producción ideado por la Universidad del Cine de Buenos Aires, donde los estudiantes aprenden haciendo y donde predominan el compromiso con el trabajo y el deseo de capitalizar rápidamente los errores. De esa institución fundada en 1991 y convertida en cantera de numerosos profesionales, surgieron títulos como Moebius (1996), Mala época (1998) o Mercano el marciano (2002), todos de buena reputación y aceptable repercusión en el público.

Fantasma de Buenos Aires le pertenece al debutante Guillermo Grillo, sobre una historia propia escrita en 1998, que peregrinó en busca de dinero para el rodaje hasta dar con la mencionada universidad. ¿El motivo de este dificultoso financiamiento? Tal vez el principal, el género al que pertenece el relato, una mezcla de vertientes en la que predominan el fantástico y la comedia, y que el propio realizador se ha detenido a enumerar: “La historia surge de mezclar muchas cosas –inventarió Grillo-, básicamente mitos urbanos sobre el juego de la copa y la tabla guija, con el mundo del tango orillero. Por este lado entra algo de Borges y por el otro las películas de terror, las comedias americanas de ‘mente en cuerpo cambiado’ y algo del comic”.

La combinación parece estrafalaria, pero se transforma en un relato creíble, inteligentemente planteado, entretenido y fácil de comprender, en el cual el fantasma de un malevo de los años ‘20 se mete en el cuerpo de un muchacho de hoy, para cobrarse una vieja deuda, y ayudarlo a superar la timidez.