Fantasma de Buenos Aires

Crítica de Diego Maté - Cinemarama

Fantasma de Buenos Aires respira, en cada actuación y en cada escena, una monumetal falta de respeto y de interés por la historia que cuenta, tanto que por momentos la película pareciera casi una parodia hecha y derecha. Entre Tomás, cuyo registro actoral es frío y apático, y que cuando quiere hacer ver el cambio de personalidad (él es el poseído por el fantasma del título) su trabajo se torna excesivo y poco creíble, como si se estuviese burlando de su/s personaje/s; pasando por Canaveri (el ánima en cuestión que habita el cuerpo de Tomás), para el que haber vivido en un barrio porteño en la década del 20 se traduce en una impostación de los estereotipos de los malevos que pueblan los tangos y la memoria popular en su vertiente más pintoresca (escuchar sobre todo la entonación de Iván Espeche, que de tan exagerada ya ni llega a causar gracia); hasta llegar a Pablo, amigo y confesor (y cuñado en ciernes) de Tomás, que entre su nerviosismo y su esforzado (y forzado) papel de personaje cómico nunca despega de la caricatura simplona; al final, todos parecen tratar de construir una mirada irónica sobre el relato y los conflictos, pero es difícil hablar de parodia solamente por la irrupción siempre exagerada de las actuaciones, nunca disimuladas ni contenidas (la parodia demanda siempre un trabajo concienzudo y una toma de posición clara respecto del material con que se trabaja). De todo esto solamente se salva Paula Brasca (no me acuerdo del nombre de su personaje), que más allá de su presencia silenciosa y alternada, logra con sus apariciones sumarle a la película algunas dosis de fluidez y una línea romántica bastante convincente, lejos del registro burlón del resto de los personajes.

Al final, más que un acercamiento paródico, más que autoconciencia calculada, lo que hay en Fantasma de Buenos Aires es una notoria falta de pericia, de capacidad para contar una historia de frente, ya sea tomándosela en serio o trabajándola desde un punto de vista humorístico sólido. Lo que hay en la película de Grillo no es ni una cosa ni la otra: ni un interés genuino por lo que se cuenta, ni un comentario crítico sobre el cine y los géneros (que son varios, pero con los que Grillo no alcanza a elaborar nada más que una serie de retazos, un entramado de citas coloridas más o menos explícitas y poco más que eso). Falta una toma de posición clara, firme, que haga de las actuaciones algo más que chanzas livianas, que las integre en una mirada coherente a aplicar sobre el relato, el cine y los géneros.