Fango

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

El de José Celestino Campusano es un caso atípico en el cine argentino. Sus películas ambientadas en el conurbano profundo, atentas a la sensibilidad de las clases populares, a sus modos de relacionarse, a sus códigos y sus estrategias de supervivencia son casi únicas (Diagnóstico esperanza, de César González, aborda un territorio parecido, pero su perspectiva es levemente diferente). Fango es parte de una filmografía sólida y consistente cuya obra más ambiciosa, Fantasmas en la ruta (una miniserie de trece capítulos pensada para la TV Digital que, transformada por Campusano en un intenso film de tres horas y media) estuvo entre lo mejor del último Bafici.

Las novedades que aporta el cine de Campusano son unas cuantas. Una gramática narrativa y actoral sin antecedentes, por momentos insólita si nos atenemos a los parámetros más tradicionales, una notable capacidad para generar sucesos en cada escena que filma (lo contemplativo no forma parte del lenguaje del director) y mucho corazón: los personajes de Campusano suelen ser entrañables, aún cuando muestran sus debilidades y miserias.

En Fango hay dos líneas argumentales que se terminan cruzando: por un lado, dos músicos con mucha ruta encima empujan un proyecto de futuro incierto, una banda de "tango trash" que cruza guitarras heavy con el bandoneón de un veterano amateur retirado; por el otro, una chica de armas tomar secuestra a la amante del marido de su prima por una convicción puramente moral y termina desatando un final sangriento.

El universo de Fango se limita al de los espacios por el que circulan sus personajes: calles de tierra, vías abandonadas, construcciones más bien precarias y a medio terminar. En ese lugar, los protagonistas parecen aislados del contacto con el mundo exterior, sus historias se cruzan porque no hay mucho más que ellos y su vida cotidiana, marcada por dilemas económicos, vocacionales, familiares, sexuales y existenciales, pero alejada de las lógicas de la gran ciudad. Su vidas son tan periféricas como el cine de Campusano, una anomalía que hay que celebrar.