Familia

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

Integrante fundador del grupo de danza Krapp, Edgardo Castro irrumpió como cineasta hace cuatro años con La noche, que se llevó el Premio Especial del Jurado en el Bafici 2016. Protagonizada por él mismo, en aquella opera prima la ficción y el documental se fundían para trazar un mapa de la nocturnidad que incluía, con crudeza, excesos de todo tipo. Familia es la segunda entrega de una trilogía sobre la soledad, pero transcurre en un ámbito totalmente diferente: el hogar paterno de Castro.

El procedimiento es parecido. Otra vez Castro es el protagonista de una película que borronea los límites -ya de por sí difusos- entre ficción y documental. El director viaja al sur, a Comodoro Rivadavia, para pasar Navidad -que coincide con su cumpleaños- en la casa donde viven sus padres y su hermana. Durante una hora y media lo acompañamos en una tediosa inmersión en las rutinas familiares: cenas frente al televisor, compras en el supermercado y demás rituales cotidianos.

Lo que aquí vemos son relaciones interpersonales erosionadas por la costumbre: un paisaje doméstico que seguramente se replica en miles de hogares. La omnipresencia de las pantallas -de los celulares y de la televisión- permite disimular los silencios, la incomunicación, el hecho de que estos padres y estos hijos no tienen demasiado para decirse. Se sabe: la soledad también es posible -y es más dolorosa- en compañía. Y la artificial alegría navideña no hace más que ahondarla.

Si existe una "literatura del yo", también puede ser viable el "cine del yo". Más allá de los géneros y las formas, lo fundamental es lo que se transmite. Aquí la idea queda clara, pero poco hay más allá del registro minucioso -actuado o no- de situaciones ordinarias. No hay casi humor o tensión y es difícil establecer empatía o antipatía alguna con los personajes. La medianía del ambiente retratado se apodera de la película y termina tiñéndola de ese mismo color gris hastío.