Extraños en la noche

Crítica de Miguel Frías - Clarín

Guiños y personajes

Con Diego Torres en versión (algo) antiheroica.

Qué profesión? Es músico”, le dice, despreciativo, Daniel Rabinovich a Betiana Blum, hablando del hijo ficcional que tienen en Extraños en la noche . Martín (Diego Torres) es efectivamente músico: ama a la música clásica y detesta al pop. Sobrevive, con cierta frustración, tocando el piano en eventos, acompañado por su mujer, Sol (Julieta Zylberberg). Un productor (Fabián Vena, en el personaje más paródico de la película) le sugiere que intente componer una balada romántica, un hit, algo que venda. Pero Martín, melómano exquisito, no quiere rebajarse a tanto...

Los muchos guiños, las bromas a contracorriente de la realidad y la cálida construcción de personajes son los puntos altos de la opera prima de Alejandro Montiel. Torres y Zylberberg conforman una pareja simpática. El, jugando una suerte de Clark Kent de sí mismo. Ella, dúctil y arrolladora, con su talento para la interpretación, especialmente en el género en que se formó: la comedia. Basta con recordarla en sus comienzos televisivos, en Magazine For Fai , o en teatro, tan joven, bajo la dirección de Ana Katz en Lucro cesante .

A pesar de que viven en un edificio espectacular, en una ciudad que no parece Buenos Aires sino una cruza de Nueva York y París, Martín y Sol están acechados por una crisis económica, que, por el momento, no contamina al amor. Ella, lo sabemos nosotros pero no él, está embarazada. Por ahora se ganan la vida presentándose en reuniones empresariales: él le arranca tersas melodías al piano; ella canta, sensual, recostada sobre la tapa del instrumento, con un vestido rojo y zapatos de taco alto; estilo Los fabulosos Baker Boys .

Pero algo siempre les sale mal. Incluso en la casa. Sobre todo desde que escuchan, una madrugada, unos ruidos terribles que vienen del departamento de arriba. Podría ser una metáfora de cierto malestar instalado en la pareja. Aunque no. Es la película que se desdobla entre la comedia romántica y una especie de thriller. Una trama, dual y liviana, que irá diluyéndose hasta terminar resultando forzada, a diferencia de las actuaciones.

Por caso: la reacción de los protagonistas ante los misteriosos incidentes en el departamento de arriba (ella, obsesionada, entrometida, acaso desplazando sus preocupaciones íntimas; él, temeroso, elusivo, centrado en sus problemas) serán mucho más atractiva que el desarrollo y resolución del enigma, que ocurrirá a través de flashbacks y explicaciones orales.

Los rubros técnicos, impecables. Como la banda sonora; canción de Torres incluida. Pero los conflictos sentimentales y policiales -que remedan a Misterioso asesinato en Manhattan , con destellos de cine negro- son débiles. Mejor poner el foco en la versión neurótica, dubitativa, woodyallenesca de Diego Torres, amplificada por el talento de Julieta Zylberberg.