Extrañas apariciones 2

Crítica de Pablo Raimondi - Clarín

Esclavitud fantasmal

“¡Tengo un haaaacha!”, avisa el protagonista mientras se asoma tímidamente para entrar a un ambiente. Hace una mueca de inseguridad, ni él cree al peligro que se expone. Y el espectador tampoco al ver esta (tardía e innecesaria) segunda parte de Extrañas apariciones (The Haunting in Connecticut) que jamás termina de convencerse a sí misma. Es tibia.

Basado en hechos reales, ocurridos en 1993, los Wyrick, papá Andy (Chad Michael Murray), mamá Lisa (Abigail Spencer) y la pequeña Heidi (Emily Alyn Lind) se van a vivir a una casa de campo en Pine Mountain, Georgia. Al combo se suma Joyce (Katee Sackhoff), que se aloja en una casilla rodante, vecina a la casona familiar.

Extrañas apariciones 2 no pierde el tiempo en mostrar que las tres mujeres tienen un “velo”, curiosa forma de describir el poder sobrenatural para percibir cosas en otra dimensión. Sólo basta con observar detenidamente una situación.

La fotografía del filme, las prolijas puestas en escena (que parecen interiores más que exteriores), protagonistas de pulcra estética y una frenética edición de imágenes aglomeran un producto digno de una serie televisiva al que sólo le faltan las tandas publicitarias.

A cada rato, este filme necesita revalidar el susto, no generar suspenso, sino atropellar una débil historia de una niña perturbada por Mr. Gordy, un anciano (al que sólo ella puede ver), que le legará un inquietante misión espectral.

La banda de sonido es lo único que sobresalta a las mujeres que se topan repentinamente cara a cara con cadáveres en descomposición. Y además, como si el tema no se hubiese tocado ya, aparecen fantasmas de esclavos negros del siglo XIX. El reclamo en búsqueda de la libertad podría enlazarse con una versión sobrenatural de la correcta 12 años de esclavitud.

Como si los actores dirigidos por Steve McQueen hubiesen viajado hacia ese tenebroso bosque de Georgia, para dar con un temible sujeto con hábitos de coleccionismo, no muy convencionales.