Evil dead: el despertar

Crítica de Ezequiel Boetti - Página 12

"Evil Dead: El despertar", una grata sorpresa

La película es felizmente revulsiva, caótica, anárquica y muy pero muy sanguinaria, sin dejar de cultivar un humor negrísimo.

Evil Dead: El despertar es una muestra de cómo una premisa ultra gastada puede, contra casi todo pronóstico, servir de puntapié para una muy buena película. Nadie a estas alturas puede sorprenderse demasiado ante la idea de que el diablo –esa criatura que vaya uno a saber si existe, pero que merecería algún Oscar honorario por su encomiable voluntad de “trabajar” en nueve de cada diez producciones de terror contemporáneo– se materialice en la Tierra utilizando como vehículo un cuerpo humano ajeno. Más aún si ocurre en una película perteneciente a saga con más de cuatro décadas de historia. Vale que recordar que Evid Dead fue originalmente una trilogía comandada por Sam Raimi e integrada por The Evil Dead: Diabólico (1981), Evil Dead II: Noche alucinante (1987) y Evil Dead III: El ejército de las tinieblas (1992). A eso le siguió una remake, Posesión infernal, con el uruguayo Fede Álvarez ocupando la silla de director. Y ahora llega el turno de una nueva entrega que opera en simultáneo como remake, secuela y reboot.

Si en sus comienzos el ingenio de Reimi suplió con creces la escasez de recursos, es evidente que el realizador y guionista Lee Cronin (The Hole in the Ground) tuvo a su disposición una cantidad de recursos más que suficientes para despacharse con un ejercicio de gore puro y duro, al punto que debe ser la película con más cantidad de sangre en pantalla en mucho tiempo. Esto genera impacto, sí, pero El despertar tiene muchas más ideas que teñir de rojo la pantalla. Empezando por un relato concentradísimo en tiempo y espacio: todo transcurre en una noche y en un edificio, dejando fuera del área de interés lo que ocurre puertas afuera. En el subsuelo de ese edificio de la ciudad de Los Angeles a punto de ser demolido, y tras un terremoto que resquebraja el piso, un adolescente encuentra El Libro de los Muertos y unos vinilos grabados hace un siglo en los que un clérigo advierte sobre las fuerzas malignas que pueden desatarse si se abre ese Necronomicón. Lejos de percibir ese material como una advertencia, el muchacho lo toma como un desafío que no está dispuesto a rechazar. ¿Qué ocurre? Abre el libro y desata un caos.

No es un caos cualquiera. Dado que diablo anda suelto por el edificio, El despertar puede leerse tanto como una película de terror como una de asalto a casas, ese subgénero en el que usualmente una familia tranquila recibe la visita hogareña inesperada de un grupo de malechores con intenciones de destruirlo todo. Y sin motivo aparente, un factor clave en el desarrollo narrativo de este film que prioriza la acción por sobre las explicaciones, el intento de supervivencia más vital antes que las teorías, dándole así un aura inquietante.

A eso se suma un Mal que se convierte en un ente ubicuo y peligroso, siempre listo para atacar cuando menos se lo espera. Especialmente a Ellie (Alyssa Sutherland), una mujer abandonada por su marido que cría como puede a sus tres hijos Bridget (Gabrielle Echols), Danny (Morgan Davies) y Kassie (Nell Fisher). Mamá empieza a portarse raro, después le salen marcas en la piel, se le inyectan los ojos de sangre y, desde ya, su dulce voz muta por una gutural de ultratumba.

Lo que hay en El despertar, además de referencias y guiños de todo tipo, incluyendo uno muy bueno a El resplandor, no es tanto un intento de hacer un control de daños sobre las acciones del diablo sino escapar a como dé lugar de sus poderosísimos tentáculos. Siempre dentro de una construcción cuyos vecinos irán cayendo como moscas. Asfixiante y claustrofóbica en su puesta en escena, y nerviosa y jadeante en su ritmo, la película se permite también algunos momentos humor negrísimo en las interacciones entre la mamá poseída y los hijos. Un humor que no necesita gritar que es un gracioso ni buscar la complicidad canchera del espectador, sino uno que está perfectamente enraizado a un universo felizmente revulsivo, caótico, anárquico y muy pero muy sanguinario.