Eternals

Crítica de Marcelo Stiletano - La Nación

Eternals es la peor película de Marvel. Aquí están las dos horas y media más solemnes, pretenciosas y aburridas de toda la historia cinematográfica del estudio, que además anticipan algo todavía más inquietante. La llegada al cine de una de las historietas más veneradas de Jack Kirby fue pensada para motorizar y envolver la siguiente etapa de un universo audiovisual que quiere capturar espacios cada vez más grandes y de mayor complejidad.

Los Eternals expresan ese sueño de manera inequívoca. El relato atraviesa toda la historia de la humanidad, marcada por la pertinaz e inacabable intervención de estos seres inmortales que a instancias de los Celestiales (suerte de demiurgos del equilibrio cósmico) aparecen en cualquier momento y lugar para evitar el ataque de los Deviants, monstruos que parecen salidos de algún álbum mitológico japonés.

Estamos entonces frente al escenario más imponente jamás imaginado por Marvel hasta ahora. La historia de la humanidad como tiempo y la totalidad del universo como escenario para que los Eternals cumplan con su misión y, cuando esta termina, dejen a la vista que la vida de todos los días se complica inclusive para quienes son inmortales. Algunos tienen problemas de personalidad por no saber manejar sus propios poderes (no hay terapia que los ayude), otros mantienen vínculos románticos bastante complicados y hasta los intereses pueden terminar chocando con las expectativas de los mismísimos Celestiales.

No es nada que sorprenda para quienes siguen la evolución del mundo Marvel, caracterizado por personajes con superpoderes que viven esa condición con distinto grado de neurosis. La frase más feliz e ilustrativa de ese estado de cosas (“un gran poder entraña una gran responsabilidad”) es el común denominador que mueve a este universo y determina los comportamientos y las relaciones entre sus miembros.

Esa consigna de hierro debe necesariamente reconfigurarse cuando las figuras que lo expresan tienen el atributo de la inmortalidad. En su momento y con distintos resultados la mayoría de los personajes de las fases previas de Marvel (empezando por Iron Man y el Capitán América) lograron entender, manejar o darle un sentido a su presencia en el mundo. En el caso de los Eternals, la conciencia de cargar para siempre con esas tensiones se convierte en un tema de primer orden.

Pero en vez de sacarle todo el jugo posible a ese dilema, la tediosa Eternals se limita a plantearlo en voz alta, una y otra vez, como si hiciera falta explicar varias veces el nudo de un conflicto que en la mayoría de las películas previas se entendía por lo general a través de las motivaciones de personajes que estaban todo el tiempo en movimiento, decididos a actuar para resolver las tensiones.

Aquí ocurre todo lo contrario. Cuando no entran en acción para someter a los Deviants, los Eternals sufren las tragedias irresueltas de sus respectivos destinos de manera extraordinariamente pasiva. Son contemplativos en el sufrimiento, recitan con solemnidad sus dramas y parecen sufrir eternamente con el lugar que les tocó en el universo. Solo Kingo (Kumail Nanjiani), el Eternal de fisonomía india que adopta el aspecto humano de una estrella del cine de Bollywood parece escapar de esa autoinfligida trascendencia. El escape risueño que propone este personaje es uno de los pocos elementos que conecta a esta película con las etapas previas de Marvel. La otra es el cúmulo de escenas de acción, que como sabemos está a cargo de un equipo propio, ajeno al responsable de la dirección del film.

Y aquí aparece el error más grande de Marvel: confiarle este grandilocuente proyecto, el más abarcador de su historia, a Chloé Zhao, una directora cuyo universo no va más allá de la observación humana de los viajes de cabotaje por las rutas estadounidense. Usar ese GPS tan limitado para llevarnos de viaje a través de toda la historia humana es una misión imposible. Creer además que Zhao, una directora de origen chino establecida en el cine independiente norteamericano es la más adecuada para contar una historia protagonizada por el grupo de superhéroes más diverso en términos étnicos, sexuales y aspiracionales es otro equívoco mayúsculo. No va más allá del alcance que tendría alguna bienintencionada declaración del estudio en apoyo a los nuevos lineamientos de corrección política avalados por la industria. Después de este paso en falso se abre el riesgo cierto de que Marvel, como ocurre aquí con varios personajes, camine hacia el futuro en medio de una nebulosa donde perderse es muy fácil.