Esteros

Crítica de Emiliano Román - A Sala Llena

“Un amor como el nuestro, no debe morir jamás”, dice el estribillo de la emblemática cumbia de Los Charros que suena en un par de escenas de Esteros (2016). Y mucho menos si ese amor data de la preadolescencia, en plena etapa del despertar sexual. Esa intensa experiencia vivieron Matías (Ignacio Rogers) y Jerónimo (Esteban Masturini), la cual fue abortada por designios patriarcales y capitalista. Matías se muda a Brasil con su familia; allá crece, estudia, desarrolla una carrera y se pone en pareja con una mujer. Matías se queda en su pueblo Paso de los Libres, con una identidad sexual asumida y tratando de sobrevivir de lo que le gusta.

La adultez los vuelve a cruzar para un carnaval. Uno mantiene la frescura de la infancia, el otro parece que la perdió completamente. La historia se va desarrollando en dos tiempos (la niñez y la actualidad), pero como todo lo que ocurre en los primeros años de vida, no desaparece por completo, se quedó dando vueltas por algún lado. La tensión sexual vuelve a aflorar entre ambos.

La cámara juega con esta química y en relato se va volviendo hipnótico, sobre todo cuando nos lleva a ese mágico lugar en el mundo llamado Esteros del Iberá. Los planos juegan con el paisaje y la libertad en la que viven “los bichos” en ese sitio y el deseo contenido de sus personajes, que solo se animan a revivir situaciones lúdicas de la infancia y hacerse algún que otro reclamo de épocas remotas.

Una sólida construcción del relato que carece de roles estereotipados con relación a la orientación sexual de los personajes. El conflicto de Matías no es en relación a su sexualidad, sino a Jerónimo, como aquella primera experiencia sexual y amorosa de la cual no tuvo la posibilidad de elegir por mandato de su padre. Pero como dicen Los Charros, por más que la heteronormatividad imponga lo suyo, hay amores que no deben morir jamás.